El domingo 15 de noviembre de 1942 las campanas de todas las iglesias de Inglaterra repicaron anunciando los servicios dominicales. Llevaban más de dos años sin sonar, como consecuencia de la orden del Gobierno de Su Majestad de reservar su tañido para el caso de que se produjera la tan temida invasión alemana de la isla. A más de 3.000 kilómetros de allí, en el entorno de un hasta entonces desconocido solitario apeadero ferroviario en la línea costera entre Egipto y Libia, las tropas del 8º Ejército británico habían derrotado a las fuerzas germano-italianas tras dos semanas de dura lucha, comenzada la noche del 23 de octubre de hace ahora 75 años.

La situación de los Aliados había sido desesperada hasta ese momento. De hecho, los primeros meses de 1942 marcaron el punto culminante en la extensión de la sombra más amenazadora que se haya cernido sobre la Civilización. Y el Norte de África, lejos de ser el escenario principal de la guerra (de campaña excéntríca cabría calificarla siguiendo a uno de los más reputados estudiosos del conflicto en nuestro país), no carecía, sin embargo, de importancia en términos geoestratégicos, como antesala de cambios de indudable dimensión a los que podía haber dado lugar. Así, tras el desmoronamiento del frente británico en Tobruk los tanques germanos habían penetrado en Egipto, llegando a las puertas de Alejandría (El Alamein se encuentra a poco más de 100 kilómetros). La joya de la corona, Suez, estaba al alcance de una nueva exitosa campaña, y, tras el canal, los campos petrolíferos de Haiffa. Más aun, en el supuesto de que el 6º Ejército de Paulus tomara Stalingrado y las tropas caucásicas de Von Kleist quedaran completamente liberadas para seguir profundizando en su avance, podía producirse un enlace en Oriente Medio entre ambos cuerpos, y, quién sabe, haberse propiciado también el contacto entre los dos campeones del eje, al hallarse los japoneses en Birmania, lo que hubiera podido ser el jaque-mate para el dominio británico en la India. Todo ello bien pudiera haber cambiado el curso de la guerra. Con todo, al margen de los inevitables ejercicios de ucronía, El Alamein, sin ser un enfrentamiento tan decisivo como otros en el curso del conflicto (Kursk o Midway) tuvo una especial trascendencia desde el punto de vista psicológico.

Acto conmemorativo en el 75º aniversario de la batalla de El Alamein. (Sam Groves/ EFE)

Como señalara Churchil años más tarde, hasta El Alamein no había habido ninguna victoria británica (en tierra), desde entonces ya no habría ninguna derrota. Dicha afirmación, no del todo exacta, viene a ilustrar en todo caso que la moral de victoria descendió sobre los soldados de El Alamein y ya nunca abandonaría al ejército británico.

Y todo ello tuvo lugar en un escenario peculiar como pocos que, en contraste con las temibles nieves del frente ruso o el afixiante ambiente de la jungla del sureste asiático, dan a la contienda de 1939-1945 un carácter auténticamente mundial, o, más gráficamente expresado, planetario. La guerra en el desierto aparece revestida de una suerte de irrealidad, en consonancia con el propio «paisaje», en donde la vida, que siempre se abre paso en cualquier condición, ha renunciado, no obstante, a hacer acto de presencia. La soledad y uniformidad del horizonte, lo que provoca en este caso una sensación de «no escapatoria» ante la visión del enemigo asomándose en el mismo, hace que la lucha en el desierto se parezca en gran medida a la guerra en el mar (la propia semejanza entre dunas y olas sería un elemento más en este sentido). El elemento de angustia psicológica y el extremo calor para el que toda dosis de agua era poca bien puede llevar a afirmar que los combatientes del desierto fueron los que más duramente experimentaron la tragedia de la guerra.

El Alamein supuso, como es sabido, el enfrentamiento entre dos de los más grandes directores de hombres de la II Guerra Mundial, emparejados desde entonces de manera definitiva por Clío (hasta tal punto intervino la Musa que solo el derribo del avión de Gotts nombrado para liderar el 8º Ejército, pudo propiciar dicho encuentro). Rommel y Montgomery coincidían en numerosos aspectos de su personalidad: ambos eran reservados, muy austeros en su vida privada, profundamente religiosos. En la relación con sus soldados, los dos eran, sin embargo, profundamente cercanos, cultivando además para ello la articulación de una conexión cuasi mítica con aquéllos (con indudables elementos de la publicidad moderna, destacando al respecto la boina de Monty), semejante, por ejemplo, a la que se estableciera casi cien años antes entre Lee y sus confederados. Con todo, desde el punto de vista táctico, el contraste era evidente, con un Rommel insuperable como táctico, con dotes geniales para la improvisación y la sorpresa (aquí, quizás, solo comparable con el virginiano), mientras que el inglés (sin carecer tampoco de capacidad de improvisación, tal y como demostrara en El Alamein) destacaba especialmente por su prudencia y por su exhaustiva planificación de las batallas desde todos los puntos de vista, logístico en particular.

El mausoleo donde están enterrados los alemanes que perdieron la vida en El Alamein. (EFE)

Por lo que respecta al desarrollo de la batalla, cabría subrayar, en primer término, que no han sido pocas las voces que han afirmado que la derrota alemana a primeros de septiembre en su ofensiva de El Al Alffa determinó ya el resultado de la campaña (en una suerte de «Ligny del Waterloo rommeliano»), toda vez que desde ese momento, como el propio mariscal alemán reconociera más tarde, el Afrika Corps perdió cualquier posibilidad de iniciativa en el Norte de África. La mano de Monty ya era visible en tal victoria: su estricta orden de que no habría más retiradas no hizo sino insuflar moral a sus tropas, a lo que hay que unir su sabia «estrategia» de esperar y utilizar a los tanques como artillería, evitando caer en la trampa de maniobras y movimientos que hasta entonces había sido la perdición de los acorazados británicos. Tras el triunfo mencionado, el general inglés supo vencer la irresistible presión de Churchil para atacar inmediatamente al enemigo, al no considerar preparados a sus hombres. Mes y medio más tarde, reforzado en efectivos (doblaba a los alemanes) y material (300 tanques Sherman estadounidenses) estaba listo.

A las nueve y diez de la noche del 23 de octubre de hace 75 años comenzó la batalla con una cortina de artillería sobre las líneas alemanas (que hizo sangrar los oídos de algunos artilleros). Durante la noche de luna llena la infantería aliada se internó en los campos de minas preparados por Rommel (los «jardines del diablo»), en lo que se denominó gráficamente como «Operación pies ligeros». Tras aquélla se internarían los tanques, tomando como eje del ataque el centro de las posiciones de Rommel.

LA VICTORIA ERA SUYA

En las horas sucesivas, ante la dificultad del avance en el frente central y dado el éxito de los contingentes australianos y neozelandeses en el frente costero, Montgomery supo adaptarse a las oportunidades brindadas y concentró su ataque en el extremo Norte. Rommel, recién llegado del continente en donde había estado restableciéndose de la disentería y el agotamiento, ordenó a sus mejores unidades acorazadas dirigirse hacia el vórtice señalado, asumiendo el riesgo de que no podrían volver a sus posiciones de partida ante la manifiesta carencia de combustible. Monty tuvo la sagacidad de intuir su oportunidad y aprovecharla. Iniciado noviembre, y aguantadas sus posiciones en la costa, concentra su ofensiva de nuevo en el centro consiguiendo abrir un boquete en la línea alemana de más de 25 kilómetros. La victoria ya era suya. Rommel, consciente de la situación, solicitó permiso a Hitler para la retirada, siéndole denegada, una decisión que pesaría mucho en la posterior evolución de la relación entre ambos. No obstante, dos días más tarde el zorro del desierto ordena la retirada.

Se ha criticado a Montgomery que no supiera aprovechar la desbandada italo-germana tras El Alamein al no intensificar la persecución del enemigo. El agotamiento, el ya referido deseo de proteger a sus hombres, y la prudencia ante una posible genialidad de Rommel (que en cualquier descuido podía envolverle por sus flancos) fueron causas comprensibles de ello.

Acto de veteranos en el 60º aniversario del enfrentamiento bélico. (EFE)

El desembarco pocos días más tarde de estadounidenses y británicos en las costas marroquíes y argelinas (Operación Antorcha) completaba el otro extremo de una imparable tenaza asegurando en unos meses (tras el reembarque parcial y capitulación germana en mayo) la plataforma de lanzamiento de la invasión de Sicilia en julio de 1943: los aliados ya podían contemplar sin niebla alguna «el vientre blando del cocodrilo». Atrás quedaba el silencio del desierto, en donde permanecían para siempre los cuerpos de los 25.000 hombres cuyas vidas se habían parado en esas dos semanas entre octubre y noviembre de 1942. Cuando en 1967 el entonces vizconde del Alamein visitó el cementerio aliado cercano al campo de batalla se le sugirió que podría acudir también a los camposantos alemanes e italianos. Monty respondió: «Creo que ya he sido responsable de suficientes muertes, no necesito ver aquellas también».

Recreacion de un ejercicio militar en el 60º aniversario. (AMIR nabil)