El que considere exagerado comparar series y novelas debería rebobinar y recuperar Los Soprano; de hecho, Norman Mailer aseguró que la profundidad de su diseño de personajes era comparable al de la mejor novela. Los Soprano es, como ficción mafiosa, mejor que la novela de El padrino, y está a la altura de la trilogía de Coppola y de Uno de los nuestros, con la que compartió un montón de actores.

No fue la serie que inventó la buena televisión. Tampoco la primera en apostar por los largos argumentales ni la violencia más o menos franca; en ambos aspectos se adelantó Canción triste de Hill Street. Pero con su estreno, el 10 de enero de 1999, se empezaba a establecer la idea de la televisión como posible medio para contar historias adultas, sin especiales servidumbres, sin miedo al riesgo formal, sin constricciones de tiempo. Ver la tele empezaba a dejar de ser sinónimo de desconexión para asentarse como actividad intelectual.

18 millones de espectadores

La creación del veterano guionista/productor David Chase puso de acuerdo a la crítica desde el comienzo, y, en particular durante su cuarta temporada, amasó espectadores casi con avaricia: 18 millones de espectadores por episodio solo en EEUU. Fue la primera serie de cable en obtener al Emmy a mejor serie dramática (en el 2004).

Su condición de fenómeno cultural quedó claro con las parodias en Saturday night live (ya con la primera temporada); las portadas de Vanity Fair, Rolling Stone o The New Yorker, o su presencia en Los Simpson.

Tuvo máquina pinball y se proyectó en el MoMA. ¿Qué más?

En el principio, alrededor de 1995, fue una sugerencia terrible. La recordaba David Chase en The Sopranos: The Book, el libro sobre la serie brillantemente escrito por Brett Martin: «Estaba parado frente al ascensor de las oficinas de Brillstein-Grey, mi agencia, y alguien preguntó de manera informal si me interesaba producir una versión televisiva de El padrino». Fan irredento de la trilogía original, Chase ni siquiera se lo planteó.

Pero, volviendo a casa en coche, recordó una idea de película rechazada por sus agentes un par de años atrás. Era una comedia sobre un mafioso que iba a terapia para resolver sus problemas con su madre, a la que había metido en una residencia en lugar de dejarle vivir con él. (Lo del mafioso en terapia, así es, recuerda a Una terapia peligrosa, por suerte estrenada un par de meses después de Los Soprano).

La idea de Chase era coger los símbolos del cine de gánsters (el de Coppola y Scorsese, pero también el más seminal de los años 30, como El enemigo público) e insertarlos en un drama doméstico suburbano; un drama, a pesar de todo, muy divertido, y cuya familia central podía parecer salida de alguna vieja sitcom de Norman Lear.

Para escribir algo, Chase tiene que hacerlo personal. Tony Soprano es un poco él mismo, porque estaba obsesionado con su madre, o mejor, sus padres, que lo habían sometido a una rígida educación protestante. Cuando llegó a la treintena, empezó a hacer terapia para tratar de resolverlo. Livia Soprano, madre de Tony, es un trasunto de la madre de Chase, una mujer en apariencia siempre al borde de la histeria.

Rechazo tras rechazo

Escrito el guion del piloto, en 1995, solo faltaba que alguna de las grandes cadenas generalistas quisiera comprarlo. Fox mostró bastante interés, pero acabó pasando. El motivo principal siempre era el mismo: «demasiado oscuro». Quedaba probar con HBO, por entonces aún verde en cuanto a programación original, aunque con éxitos como Oz y Sexo en Nueva York en el catálogo.

Pocos héroes eran, en realidad, antihéroes. Pocos protagonistas tenían tan poco pelo y tanta barriga. La futura marca de culto pidió un piloto, pero nadie, empezando por Chase, pensó que fueran a aceptar el resultado final. Cualquier parecido con la ficción televisiva de por entonces era coincidencia. Pocos héroes eran, en realidad, antihéroes. Pocos protagonistas tenían tan poco pelo y tanta barriga. Los ejecutivos de HBO se preguntaban si el público aceptaría a Tony Soprano, querría pasar tiempo con él y su depresión y sus arranques de violencia.

Chase, eterno aspirante a cineasta, ya tenía un plan alternativo: pedir a HBO un dinero extra para rodar otros 45 minutos y montar una película. Pero, en el último minuto, poco antes de que expiraran los contratos de los actores, el canal pidió otros doce episodios. El resto, como suele decirse, es historia.

Los nombres

Uno de los primeros nombres que se barajaron para la serie fue Family man, pero el estreno de la telecomedia animada Family guy hizo a HBO cambiar de idea y aceptar la propuesta de Chase, Los Soprano, en referencia a unos chavales que iban a su instituto. Como decíamos: este hombre solo sabe hacerlo personal.

Padre de familia tampoco habría sido mal título. Tony Soprano (James Gandolfini) lo es, en varios sentidos. Es el cabecilla de un grupo mafioso en horas bajas para el crimen organizado de vieja escuela. También es un orgulloso marido (de Carmela, el personaje de Edie Falco, para el que también había leído Lorraine Bracco) y padre (de dos hijos adolescentes, Meadow y A.J.). Tony sabe compartimentar. Por eso puede adorar a su esposa, pero tener amantes y líos de una noche, o ser capaz de dejar ahora un reguero de sangre y poco después uno de ternura.

Cuando le conocemos, Tony acude a su primera hora de terapia con la doctora Jennifer Melfi (Lorraine Bracco), después de haber sufrido un desmayo en una barbacoa familiar. Todo indica que fue un ataque de pánico, pero él se niega a creerlo. Su sentido de la masculinidad no le da permiso para creer que haya podido ser víctima de algo así.

De eso trata, en esencia, Los Soprano, más allá de negocios fraudulentos, conspiraciones para el asalto al poder y todos los vericuetos de trama: de una masculinidad en crisis, de esa crisis de poder y autonomía que después reaparecerá sin cesar en las series contemporáneas, de Friday night lights a Breaking bad, pasando por otras mil. Y pensar que en un momento determinado Steven van Zandt, hasta entonces más conocido como guitarrista de la E Street Band, iba a ser Tony Soprano… Con todos los respetos por Van Zandt, que está hilarante como el consigliere Silvio Dante, imitador de Pacino, es difícil imaginar Los Soprano sin el añorado Gandolfini como protagonista.

Pocos actores reúnen con tanta naturalidad la imponente presencia física y la fragilidad del alma. Gandolfini era conocido por sus roles de villano: la directora de casting Susan Fitzgerald trató de convencer (y convenció) a Chase del fichaje tras enviarle una cinta con esa escena de ‘Amor a quemarropa’ en la que arroja a Patricia Arquette contra el cristal de una bañera.

En su composición de Tony Soprano, Gandolfini no escatimó en fisicidad; cultivó a conciencia hasta su respiración, que a veces, como recordó Peter Biskind en Vanity Fair, «le hacía sonar cerca de la tuberculosis». Y al mismo tiempo, cultivó la delicadeza de matiz. Podías preocuparte por este tipo, aunque igual no deberías. Los que aseguran que Tony sobrevivió al final de la serie (todavía hoy el desenlace se discute en toda clase de foros) deben hacerlo en parte por seguir en fase de negación.

La vida después

Gandolfini no vivió demasiado. Es la triste realidad. Su carrera como actor y productor (estaba en los créditos de The night of) quedó truncada por una muerte precoz, a los 51 años, a causa de un infarto agudo de miocardio. Eso significa que, vivo o muerto, Tony Soprano no aparecerá en la precuela cinematográfica que prepara Chase, titulada The many saints of Newark y situada en los días (julio de 1967) del levantamiento del gueto de Newark.

Algunos veteranos de Los Soprano vivieron para quitar el polvo al concepto teleserie. Matthew Weiner (guionista y productor) creó Mad men. Terence Winter (guionista, productor y director) creó Boardwalk Empire, de la que dirigió episodios Tim van Patten, también empleado por Juego de tronos. Nada es como era en 1999, y día a día cine y televisión se contaminan mutuamente, confunden y desafían.

Así pues, Chase se convirtió en una de las grandes mentes del medio casi a su pesar.