Nos ha dejado mi abuelo Manuel Rodríguez, quien nunca olvidó sus raíces belmezanas, que dejó para estudiar en Madrid y Sevilla, lugar este último en el que cursó su carrera de Comercio, donde vivió un sinfín de aventuras de estudiante. Cuando volvió a casa de sus padres mantuvo sus amigos de toda la vida y conoció a mi abuela Lely, la mujer más guapa que se ve en los álbumes de fotos de aquella época.

Se casaron y fruto de ese amor nació mi madre, Mari Loli, como ellos la llamaban y tan ‘Rodríguez’ como él. Son muchos los recuerdos que me dejas, fundamentalmente tu cariño, tu bondad, simpatía y cordialidad que tantos amigos te han propiciado. También recuerdo tu amor por el trabajo y tu empresa, Cajasur, tu otra casa, a la que llegabas tan puntual, dándote lo que para mí eran ‘los madrugones’ y oírte hablar con orgullo de «tus niños» de la oficina; el olor a tu colonia muy de mañana, el salir a la calle y pararte a saludar a alguien, tu gusto por la comida picante o las riñas con la abuela por querer usar el techo de la caseta de la depuradora como trampolín para tirarte a la piscina... A partir de ahora, cuando pase por el Tablero se me hará difícil no verte yendo a comprar tu periódico y echaré de menos sentarme contigo para compartir esas charlas en las que me dabas lecciones de vida mientras disfrutabas de esa copa de vino que te servía tu amigo Antonio. Eras un hombre feliz con una familia y unos amigos que te rodearon hasta el último aliento. Tu ausencia será grande, y aunque no podamos seguir viéndonos y hacer nuestras pequeñas cosas, como ver los partidos juntos, la charlas sobre caza o tus encargos que siempre empezaban con un «otro día que vengas con más tiempo», siempre recordaré tu sonrisa. Gracias, abuelo. JUAN JOSÉ ROIG