Hago este viaje pese al calor, al amor y a la fatiga. Lo hago porque he renunciado a una relación, porque he elegido vivir así, porque quiero ver hasta dónde llego. Me lanzo pese a que atravesaré provincias sin montañas. No quiero hostales ni camping, solo la tienda de campaña y la noche, donde caiga. Improvisar. Siempre me ha fascinado salir de Córdoba en bici y llegar a un faro, mirar atrás y ver todo lo que he dejado. Quiero llegar a Estaca de Bares, el punto más septentrional del país, y respirar al mar. Quiero dormir en alguna cima. Hago este viaje porque el próximo verano querré algo diferente.

No llevaré música ni compañía, nadie en la cabeza. Tendré que aprender a cocinar, a aprovechar el equipaje mejor que nunca. No sé lo que tardaré, lo que me desviaré, cuánto me detendré, si serán suficientes cuatro carretes. Ya he elegido el libro: El amor dura tres años. Frédéric Beigbeder.

Salgo sin miedo, convencido de que nada podrá joderme, salvo la propia bici. Puedo pedalear infinito, pero no sé cambiar una rueda.

Esparzo todo por la cama. Voy con lo justo. Es importante no olvidar los detalles: antimosquitos, detergente, fairy, mechero, foco, mascarilla, bolígrafos, pañuelos, aceite, gas... Y dejar espacio para la comida.

A las 8:34 salgo. Me encuentro a mi vecina y a su hijo de cuatro años. Habla el crío. ¿A dónde vas? A Galicia. ¿Está muy lejos? Sí. ¿Y por qué no vas en coche? En la puerta del portal le pido a unos muchachos que me hagan una foto. No quieren. Va a ser un viaje muy extraño. ¿Qué voy a hacer si todo el mundo se muestra tan receloso? ¿Solo pedalear? Por un momento dudo. Me hago el primer autorretrato en el mirador del Brillante. He hecho esta subida mil veces, es fácil, pero con alforjas todo adquiere otra dimensión. No hay tiempo, soy el más lento del mundo, no me importa.

En El Vacar compro medio kilo de pan de pueblo por 1,40 euros. Te durará dos o tres días, me asegura Rafa. Me llaman de la Cadena Ser. Me siento en el arcén y la Guardia Civil me pregunta si estoy bien. El técnico de sonido me reconoce que lo que estoy haciendo es su sueño, perderse por ahí, pero que ya no puede hacerlo, está casado.

En el puerto de Obejo recibo la primera bronca. Juan Antonio Cepeda, pastor. Me cuestiona hasta tres veces que esté dando ese rodeo para llegar a Villaharta. ¡Tira por la general, hombre! No le hago caso y alcanzo el municipio por el camino más duro. Necesito agua, pero las dos fuentes del pueblo están cortadas. Empiezo a odiar el coronavirus. Ve al ayuntamiento, me sugiere una vecina. Allí me ofrecen agua del lavabo. El mozo del bar me ve dar vueltas y aguanta abierto porque sabe que voy a volver. Compro aquarius y la botella más grande de agua. Me hago la primera comida frente a unos columpios precintados. Me tumbo y leo hasta las seis.

De camino a Los Pedroches por la CO-6411 devoro tres galletas de chocolate y nueces. Quería llegar un poco más lejos, pero una cerveza me atrapa en el paseo de Pozoblanco, poco antes de las nueve. Soy consciente de que no tengo dónde dormir.

Un banco a las afueras, un simulacro de parque furtivo, adolescentes con bolsas prohibidas, dos chicas susurrándose, dos señoras comen pipas en el banco donde voy a poner mi saco. Observan el camping gas, la pasta hirviendo, el neceser esparcido y la esterilla. Es lo contrario a un hogar y puede parecer triste, pero es lo que he escogido.

Me voy al Restobar porque las chicas empiezan a ser escandalosas y así no hay quien duerma. Descafeinado y lectura. Frédéric Beigbeder hace cuatro preguntas interesantes: ¿Hemos aprovechado la vida lo suficiente? Me escribe Francis, que se arrepiente de no haberme acompañado en los primeros kilómetros, aunque hubiera dormido solo dos horas. Es inútil arrepentirse si no cambias nada.

Miro a mi alrededor. Un grupo de ancianos emparejados se lo pasa bien. A veces llego a sentir cierta envidia, pero no tanta como cuando veo a un ciclista con alforjas. Cada vez pienso más lo que quiero. No juzgo, solo disfruto.

¿Qué nos ofrece este mundo? Montañas. Por eso no tiraré por el camino más corto, sino que las buscaré. No me importa dar rodeos, por mucho que el pastor de Obejo no lo entienda.