La montaña te pone a prueba continuamente. La incógnita de no saber qué me depara la cima me persigue en todas las ascensiones. Convivo con la incertidumbre. Hace años me pesaba, pero cada vez me veo más fuerte, más confiado.

¿Te arrepientes de algo? Nunca. Creo en lo que hago. Me puede salir mal, pero no evito ninguna situación.

En lo alto del puerto de las Señales, cerca de la señal marrón que marca los 1.621 metros de altura, encuentro a dos parejas mayores pasando la tarde en la pradera. Tres de ellos usan bastón. ¿Cómo han podido conducir hasta aquí? ¿Van a bajar de noche? Hay gente que se sigue desafiando en la vejez. Hago una fotografía. ¿Es para la tele? Las dos mujeres se bajan andando, los maridos aguantan más. Luego las recogemos en el coche.

A veces hago preguntas aún sabiendo que me va a dar igual la respuesta. ¿Puedo dormir aquí? Suele haber lobos y jabalíes, pero en verano no tienen hambre.

Veinte horas y treinta y cinco minutos. No hay cobertura, nadie sabe dónde estoy, olvidé avisar, no se ve ningún pueblo, hace fresco, las vistas al valle son grandiosas, la ladera cae con lentitud, suave, sin sobresaltos. La quietud del tiempo ante mí.

Veintiuna horas y cincuenta minutos. Tras cenar y montar la tienda, doy un paseo, manos en los bolsillos, toda la ropa puesta, el aire en la cara, el sol solo alumbra los picos más altos, que son preciosos, y un manto de nubes empieza a cubrir el valle. Belleza y pánico. Escucho mis pisadas en la tierra, me sobrecojo. Chute visual. La tienda se aprecia diminuta entre un intenso bosque verde.

Veintidós horas y cuarenta y seis minutos. Me meto en la tienda, enciendo el foco y leo. Es muy agradable, como si hubiera fabricado un hogar. Pero no se me va el frío. ¿El viento se cuela por abajo? ¿Estará rota la tienda? En estos momentos me reprocho no tener un abrigo mejor, un saco más caliente o no haberme bajado al primer pueblo. El viento continúa agitando la tienda. Estar dentro me provoca más inquietud que cuando me quedo al raso. La imaginación salta. ¿Hay alguien ahí ? ¿Me aplastará un animal? Lo importante es entrar en calor, a los ruidos ya me he acostumbrado.

Doce y treinta de la madrugada. Salgo. No has venido aquí para quedarte en una tienda. Contemplo las estrellas, babeo con la silueta de las montañas, el tránsito del azul al negro. Me asomo a un mirador, hacia un valle del que ya no se divisa casi nada, sintiendo en la oscuridad el poder de la naturaleza y la soledad. Buscabas esta sensación, ¿verdad?

Ocho y once de la mañana. Ahora entiendo por qué me quedo a dormir en estos entornos de altura, por despertar así, el sol colándose entre los picos, el valle se va iluminando, el agua del té hierve, las vacas se desperezan, un pajarillo, me siento a leer aquí, la cara caliente, un césped mullido, me parece imposible encontrar un lugar mejor. Silencio. Lo anoto en los márgenes: ¿Dónde podría estar más a gusto?

Diez y quince de la mañana. Probablemente, las dos horas más placenteras de la ruta. Puerto de las Señales, no te conocía, pero ya eres mi historia. Termino el capítulo, me como un melocotón y marcho hacia Asturias. Si algún día vuelvo a pasar por esta cima, no veré un cartel marrón de 1.621 metros, veré el rostro de la felicidad.