Es todo muy extraño porque el hombre, que aún no sé cómo se llama, me había ofrecido un café a las nueve de la mañana, para que saliera con algo caliente, así que espero sentado en un lateral de su casa, junto al arroyo, leyendo Rewind, de Juan Tallón, en una esquina estratégica para que me dé el sol, los ojos ya lavados, el pelo sin desenredar, el saco abierto debajo del cerezo, las bolsas esturreadas por el césped, la ropa tendida entre dos árboles, y el hombre sale de la casa antes de lo previsto, gesto serio, camina rápido hacia mí, pero no se acerca.

He hablado con mi mujer, que es enfermera, y si no tienes mascarilla no puedes entrar. Lo siento, tendrás que irte. Anoche pasé más de una hora metido en su cocina, pero no me apetece debatir, así que recojo sin replicar. Tras seis kilómetros de plácido pedaleo, preparo un té y tostadas de mermelada en las escaleras de la iglesia de Vegaquemada. Dos mujeres discuten sobre la rotura de una tubería que ha inundado la calle. Empieza el día.

¿A qué ritmo vas? Si algo me preocupa, embalado. Si estoy emocionado, me suelto de manos. Si me gusta una chica, remoloneo. Cualquiera puede intuir mi estado de ánimo por mi pedaleo.

¿Adónde nos ha llevado cada una de nuestras elecciones?

Voy con el móvil en modo avión, aunque a veces me conecto y veo alguna foto de mis amigos o un audio que me hace reflexionar. ¿Tardamos demasiado tiempo en reaccionar?

Subo un puerto innecesario de tres kilómetros, a Valdehuesa, para volver a sentir la montaña. Entro en los Picos de Europa. Me prometo no volver a separarme de lo que tanto me gusta.

¿Eres fiel contigo?

Hiervo pasta en un gran parque de Puebla de Lillo, cuando aparece Marcelino. ¿Cuántos años me echas? Tiro por lo bajo. ¿88? Me recomienda que vaya por el puerto de San Isidro, donde él trabajó muchos años con su ganado. La carretera es más ancha y directa. Busco carreteras malas. Yo nunca he ido a Oviedo, ¿para qué?

No hay que forzar los deseos.

Lamenta que haya tan poca gente en el parque por culpa del virus. Otros veranos era imposible coger sombra. Antes de irse se acerca a la ermita, pese a que está precintada, y se asoma a una pequeña ventana a rezar.

Ah, tengo 83 años.

Al pasar Cofiñal me topo con una deliciosa mole de piedra, azulada, brillante, una minúscula y bacheada carretera, y un hombre caminando con muletas. ¡Qué buenos paseos por aquí a estas horas! A esta hora y a cualquiera, pero en bici, mejor. A mí es que me la quitaron, ¿sabes? ¿Se la robaron? Sí, en mi casa. ¿Se la robaron en su casa? ¡Mi mujer! Porque decía que ya no estaba para estos trotes. Me gustaba mucho subir a la cima y quedarme allí solo, como vas a estar tú esta noche. Se despide y continúa hacia su pueblo, a la vez que yo comienzo la ascensión pensando, con algo de tristeza, que nadie debería dirigir nuestra vida. Y vuelvo a hacerme una promesa, mientras avanzo con lentitud por esta sinuosa ladera.