En el Antiguo Régimen parecer noble, es decir, tener dinero, una casa solariega, criados, era una buena forma de acercarse al grupo social dirigente y, en cierta manera, ser noble. Algunos grupos sociales ajenos a la nobleza iban adquiriendo poco a poco símbolos de estatus que les permitía ascender hasta alcanzar el más alto escalafón social. El broche final a este proceso de asimilación era adquirir un apellido de alguna familia noble o, al menos, uno que sonara como si lo fuera.

Mediante múltiples estrategias, muchas familias cambiaron sus apellidos no sólo para adquirir mayor prestigio sino también como una manera de demostrar una aparente limpieza de sangre. «En esta práctica, los más activos fueron los judeoconversos», afirma Enrique Soria Mesa, investigador de la Universidad de Córdoba responsable del estudio. «A pesar de que son excluidos del poder por su propia esencia, a través del dinero o de servicios a la Corona consiguen generar una imagen de nobleza y acaban convirtiéndose en ellos, borrando cualquier lazo con el pasado».

No existían reglas en la asignación de apellidos por entonces, por lo que era relativamente fácil de ocultar. Muchas veces se hacía sin el consentimiento de la familia noble pero en otras ocasiones estos aceptaban a los nuevos integrantes a cambio de sobornos. Una vez adquiridos los apellidos, las familias trataban de borrar el rastro de su pasado, destruyendo o falsificando todos los documentos posibles, lo que dificulta la investigación. Estas estrategias eran prácticamente desconocidas por el mundo académico.

ORDEN SOCIAL/ Soria detectó esta práctica por azar mientras investigaba otras cuestiones. «Es una cuestión muy compleja de investigar. Requiere una consulta masiva de información y un cruce de fuentes documentales, algo muy complicado», explica.

Al contrario de lo que se pudiera pensar en un primer momento, no existía una oposición visible aunque tampoco se reconocía abiertamente. De alguna forma este ascenso social encubierto contribuía a mantener la imagen de que el orden social era inalterable y a impedir su colapso. «Es una forma de reforzar el sistema desde dentro», indica el investigador. Aceptar a nuevos integrantes en la clase dirigente, tan o más poderosos económicamente que ellos, aseguraba el mantenimiento del orden social y evitaba quelo intentaran destruir desde fuera. Quizás, de otro modo, la revolución francesa habría tenido lugar en España y mucho antes de lo esperado.H