El cartel de matadores-banderilleros fue, durante la década de los ochenta y primeros noventa, una garantía de espectáculo en el ruedo y de éxito en las taquillas, cuando Esplá, Mendes y El Soro, sus componentes más repetidos, ponían las plazas en pie.

Pero, como se comprobó ayer en Pamplona, la terna con que los empresarios parecen querer reeditar ahora aquel cartel, con Padilla, El Fandi y Escribano, dista mucho de aquellos niveles.

Porque sobre el ruedo pamplonés los tres matadores compartieron los palos en los primeros toros de la corrida y, salvo Padilla con el cuarto, parearon individualmente a los segundos de sus lotes. Pero el que supuestamente debía ser el plato fuerte de la tarde no dejó de ser una sucesión desangelada de suertes poco ajustadas.

De los tres fue El Fandi quien más se lució, al aprovechar para alardear de facultades físicas ante un quinto toro castaño y de pitones cornivueltos que galopó y le buscó con celo en cada encuentro, ayudándole a despertar las ovaciones más fuertes.

El de Fuente Ymbro llegó a la muleta arrancándose con prontitud y repitiendo unas embestidas que, en cambio, el diestro no logró equilibrar ni dar templar en un trasteo movido y trapacero, al final del cual tuvo que recurrir a los alardes y desplantes populacheros para buscar un trofeo que hubiera conseguido de no habérselo negado a sí mismo al no volcarse con la espada.

Antes, el granadino se había podido lucir con el capote ante el segundo, un fino ejemplar que impresionaba por la agudeza de sus largos pitones... que bajaban a ras de arena cuando se le llevaba podido. Extraña e inexplicablemente, tras dos coladas del toro en el inicio del trasteo, El Fandi tomó por el camino de enmedio y se fue a por la espada sin darle al animal una sola opción.

Los únicos muletazos estimables de la tarde llevaron la firma de Manuel Escribano y fueron los que le instrumentó al natural al tercero, un toro bajo y musculado que mostró mucha clase tras los vueltos del engaño antes justo de desfondarse. Ya con el sexto, el más basto y desrazado de la corrida, el sevillano se empeñó más de la cuenta.

El pirata Padilla, en otro tiempo tan adorado y cantado por las peñas pamplonesas, pasó este año por San Fermín con más pena que gloria, delegando mucho trabajo en sus picadores.