Que los tiempos cambian es evidente. La fiesta de los toros no podía ser una excepción. Los aficionados de hoy --o el público actual-- no transigirían con muchas de las cosas que antaño podían verse normalmente en los redondeles taurinos. Ha cambiado la sensibilidad y los gustos de la gente. Sin que esto quiera decir que hace medio siglo, por ejemplo, las cosas fueran mejor que las de ahora, ni tampoco que el toreo, tal y como está desmerezca del de aquella época. Lo que sí aseguramos es que desde que tenemos uso de razón no hemos oído hablar de otra cosa que del toro chico, sin trapío y sin pitones, sin bravura y sin casta, del que ya se lamentaban los aficionados en la época de Guerrita. Y antes, si cabe.

Lo que no da lugar a dudas es que la fiesta ha perdido crudeza y brutalidad. No sabemos como encajaría el público actual aquellas corridas de medio siglo atrás en que los toros se comían materialmente los mondongos de los pobres jamelgos. Hoy, entre otras cosas, no existen jamelgos, sino caballos enteros, con talla y con brío, que salen a picar protegidos por petos que son como corazas sobre las que se estrellan --y abaten-- las astadas fieras.

Hacemos estas consideraciones a la vista de los datos de las corridas de la feria cordobesa que tuvieron lugar en los días 25, 26 y 27 de mayo del año 1924. Ochenta años atrás. Fueron tres corridas de toros en las que tomaron parte cuatro diestros del momento --Antonio Márquez, Manuel García Maera, Francisco Peralta Facultades y José García Algabeño-- y un rejoneador que ha dejado en la historia del toreo ecuestre una estela imborrable: el cordobés Antonio Cañero.

El programa fue este: 25 de mayo, seis toros de Florentino Sotomayor, los dos primeros para Antonio Cañero y otros cuatro para Márquez y Facultades; el 26, ganado de Antonio Natera para Maera, Márquez y Algabeño; y el 27, ocho toros de Gregorio Campos para Cañero, Mera, Facultades y Algabeño.

El resultado artístico no rayó precisamente en la excepción. Todos saben bien de las dimensiones profesionales de los toreros actuantes. No hay que ponderar la maestría indiscutible de Cañero; ni la sapiencia de Márquez --aquel Belmonte rubio--; la finura y elegancia de Facultades; la valentía y el amor propio de Maera y de El Algabeño. Pero lo cierto es que sólo Márquez, la segunda tarde, y Maera, Facultades y Algabeño, en la tercera, lograron cortar oreja.

Pero en lo que más nos interesa hoy fijar nuestra atención --como contraste con la época actual-- es en el elemento toro. Aquellos no desentonaron mucho en la romana. Salieron a un promedio de 297, 299 y 295 kilos en canal, respectivamente. Esto no tiene mayor importancia. Lo que sí la tiene y mucha es que los toros de Sotomayor --que fueron cuatro-- tomaron 25 varas y mataron 22 caballos; los de Natera --seis-- se cargaron a 11 arenques y aceptaron 20 varas, y los de Campos --seis--, 20 sangrías por 19 bajas en la cuadra.

Recurriendo a las estadísticas, en aquella feria de 1924 los toros corridos en lidia ordinaria --que fueron 16-- aceptaron 65 varas, dejando para el arrastre a 52 semovientes.

Ahora, para final y resumen de lo expuesto, nosotros preguntamos: si en la actualidad los caballos, desprovistos del peto protector, se ofrecieran incitantes a las astas de los toros; si los picadores usaran las puyas de antes y no las de ahora --que indudablemente infligen más castigo-- y la suerte de varas cobrara su antigua plenitud, su gran belleza, pero al propio tiempo su trágica crudeza, ¿aceptaría el público actual aquel espectáculo un tanto repulsivo, o se levantaría, airada, en los tendidos la protesta de los que opinan que el toreo debe ser fiesta de arte y no de barbarie; de fuerza emotiva y no de deplorable decadencia?

Probablemente esto sería así. Con lo que queda demostrado lo que decíamos al principio de este trabajo: que los tiempos cambian indudablemente; que a cada época hay que darle lo suyo y que aquellas corridas a que nos hemos referido tenían sus encantos para los aficionados de entonces. Los de ahora no encajarían algunos de sus aspectos. Este, por ejemplo, de la suerte de varas, perjudicaría al espectador actual. Y es que ha cambiado la sensibilidad de los públicos. ¿Para bien o para mal de la fiesta? Este ya es otro cantar.