El diestro murciano Paco Ureña, que salió a hombros, y especialmente la ganadería de Luis Algarra, con cuatro excelentes ejemplares, fueron los triunfadores de la última corrida de la feria de Julio de Valencia, en la que aun así no se vio un gran nivel de toreo. De hecho, los ejemplares de la divisa sevillana, que lucieron en su mayoría una excelente y armónica presentación, propiciaron con su brava y noble entrega, también en el tercio de varas, unas faenas mucho más redondas y lucidas que las que finalmente les cuajó la terna, entre las que abundaron, como denominador común, la monotonía, la vulgaridad y la falta de temple.

En ese sentido, el toreo más hondo, reunido y acoplado a las buenas condiciones de los algarras llevó la firma de Paco Ureña con el tercero de la tarde. Pero fue solo de mitad de faena en adelante, justo cuando, al natural, mejor pulseó y dio más aire en los cites a un astado con calidad que acabó yendo a menos. Se llevó así el murciano la primera oreja tras un pinchazo y una estocada en dos tiempos, para sumar luego otra más, la necesaria para salir a hombros, de un sexto que descabaló el armónico y bravo conjunto de algarra, pues lució peores hechuras. Esta vez, Ureña no perdió la fe en sí mismo y puso la entrega que le faltó al animal en una faena en la que el público valoró sobre todo su tesón para sacar algún muletazo lucido antes de tumbarlo de una contundente estocada.

Una oreja paseó también Sebastián Castella del cuarto de la tarde, del mismo modo que también pudo haber algún trofeo más para Miguel Ángel Perera si no hubiera fallado repetidamente con los aceros en los dos de su lote, aunque las faenas de ambos no estuvieron al nivel de la excelente condición de esos cuatro toros. El francés ya se había mostrado monótono y desangelado, aunque breve, con el primero de la tarde, que tuvo menos fondo, y se dilató en un trasteo intrascendente al excelente cuarto, al que recetó docenas de pases sin temple ni sentido, y sin aprovechar sus dulces y duraderas embestidas hasta un final efectista que calentó al amable público.

Perera, por su parte, no acabó de cogerle el aire al tercero, en un trasteo machacón y plagado de pausas, que tuvo mejor eco cuando el extremeño manejó los vuelos con mayor delicadeza. Pero el toro realmente bravo del lote de Perera fue el quinto, un enmorrillado y hondo sobrero que empujó también en varas y que no paró de embestir hasta que cayó a la arena tras una estocada a la última. Hasta entonces, el torero de Badajoz lo había aprovechado solo al principio, toreando con las dos rodillas en tierra, y al final, con circulares y adornos efectistas, de una faena que en su meollo apenas tuvo relevancia por su falta de entrega, actitud injustificada ante un animal que, merecidamente, fue premiado con la vuelta al ruedo en el arrastre.