FICHA DEL FESTEJO:

Cinco toros de Jandilla (el tercero con el hierro de Vegahermosa) y un sobrero (5º) de Salvador Domecq, que sustituyó a un titular devuelto inexplicablemente por la presidencia y que tuvo ciertas complicaciones. Los otros cinco, de seria y buena presencia, dieron buen juego en su conjunto, salvo el cuarto, manejable hasta que se rajó. Por clase y calidad destacó el tercero, pero la estrella de la corrida fue el muy bravo segundo, premiado con la vuelta al ruedo.

Francisco Rivera Ordóñez, de añil y oro: pinchazo hondo y descabello (silencio); estocada trasera desprendida (silencio).

Sebastián Castella, de celeste y oro: media estocada trasera (oreja tras aviso); pinchazo y estocada caída (ovación tras dos avisos).

López Simón, de negro y oro: estocada tendida desprendida (silencio); dos pinchazos y estocada atravesada (silencio).

Entre las cuadrillas, destacaron con las banderillas José Chacón, Vicente Herrera y Rafael Viotti, que saludaron. También fue ovacionado José Doblado tras picar al segundo.

Decimosexto festejo de la feria de San Isidro, con el cartel de "no hay billetes" en las taquillas (23.654 espectadores), en tarde calurosa.

En una semana en la que al ruedo de Las Ventas han salido ya casi media docena de ejemplares sobresalientes, ayer fue Hebreo, un toro de bandera de la divisa azul de Jandilla, el que centró todas la miradas y se llevó todos los elogios. Y no era para menos, porque, dentro de su fina estampa -la que definían su armónica musculatura, sus bien repartidos 527 kilos y sus apretadas y astifinas defensas-, llevaba todo un manantial de raza que no cesó de brotar de principio a fin de su lidia.

Tanto es así que en un altísimo porcentaje hay que achacar a ese espectacular e incansable comportamiento de bravo el triunfo de Sebastián Castella, que le lució y le dio ventajas desde que lo vio arrancarse con alegría y empuje al caballo de picar, pero no llegó a redondearle la faena rotunda que merecía. El galope, la clase, la repetición y la obediencia fueron las mayores virtudes de unas embestidas profundas que el diestro francés no apuró en el toreo fundamental, porque no terminó de coger el ritmo ni de romperse con el toro en los naturales y los derechazos y porque, además, no siempre planteó con sinceridad los cites.

En cambio, sí supo cómo mantener el tono y el desbordado entusiasmo del abarrotado tendido en una tarde de ambiente bullanguero, pues levantó cada mediocre tanda de muletazos, con remates de más nivel: cambios de mano, circulares y demás adornos, que le fluyeron más redondos que lo esencial. Aun así, tras una media estocada que el toro resistió con raza antes de echarse, Castella se llevó únicamente ese solitario trofeo que su enemigo no llevaba prendido en la que su fue merecidísima vuelta al ruedo en el arrastre.

Ya en segundo turno, con la posibilidad de doblar el trofeo y abrir la Puerta Grande, Castella terminó enfrentándose a un sobrero con ciertas pero no insalvables complicaciones de Salvador Domecq, al que le hizo una animosa pero larga y muy desigual faena de muleta, un trasteo con afán casi de novillero pero con tantos aciertos como errores.

Uno de los atractivos del cartel de cara al gran público era la despedida de Francisco Rivera Ordóñez de Las Ventas en el año de su retirada, pero el resultado final de su actuación no pasó de la discreción. El diestro dinástico se mostró siempre cauteloso ante sus dos toros, sin salir apenas de los terrenos de tablas y manteniendo una prudente distancia a la hora de muletear a ambos, a pesar de la nobleza del primero y de la medida raza del cuarto.

Para completar la notable corrida de Jandilla, López Simón lidió un lote de claro triunfo, pues el que salió en tercer lugar, sin tener una actitud tan espectacular como la del toreado en el turno anterior, sí que derrochó una evidente calidad en cada una de sus profundas y templadas embestidas, mientras que el sexto resultó más que manejable una vez que fue gastando su temperamento inicial. Aun así, el joven madrileño lidió a sus jandillas con una anodina frialdad y con muy escasa apuesta, buscando la comodidad de la pala del pitón en los cites para, desde allí, empalmar medios pases sin chispa ni la entrega suficiente para aprovechar esa clara ocasión de triunfo.