Ganadería: seis toros de La Quinta, todos cinqueños, muy seriamente armados y de excesivo volumen para su encaste Santa Coloma. En cuanto a juego, ninguno humilló ni se empleó lo mismo en varas que ante los engaños, a pesar de su engañosa movilidad, con una acusada falta de raza acrecentada por el sentido de la edad.

Rubén Pinar: pinchazo y estocada caída delantera (silencio); pinchazo y estocada (ovación con algunos pitos).

Javier Cortés: estocada caída delantera (ovación); pinchazo hondo caído y descabello (silencio tras aviso).

Thomas Dufau: estocada corta tendida, pinchazo hondo y estocada trasera tendida (silencio tras aviso); estocada baja trasera (silencio).

Cuadrillas: brillaron Juan Francisco Peña, en un gran puyazo al quinto, y Algabeño, en un arriesgado par de banderillas al segundo.

Plaza: Las Ventas (Madrid). Primer festejo de abono de la feria de San Isidro, con menos de media entrada en los tendidos (13.1016 espectadores, según la empresa), en tarde de calor.

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Los tres toreros que abrieron ayer la edición de 2019 de la feria de San Isidro se emplearon muy por encima del descastado juego y la falta de entrega de una corrida de la divisa de La Quinta pasada de edad y de volumen.

Por mucho que la afición torista de Las Ventas, que se erige en protagonista cuando la plaza no se llena y se lidian ganaderías de su predilección, quisiera ver en ellos ciertos atisbos de bravura, no hubo de dónde ni cuándo para aplaudir el arrastre de algunos de los ejemplares, que simplemente se movieron y acudieron al caballo tras mucha insistencia.

En realidad, fueron los tres toreros los que tuvieron que poner todo de su parte, sobre todo la decisión y las ganas de aprovechar una oportunidad como esta de San Isidro, para que los toros siguieran los engaños más de lo que querían, que era poco o nada.

Sin celo, cansinamente, sin descolgar el cuello ni en un mínimo esfuerzo, unos con sosa nobleza, otros con insinuado peligro, ninguno de los torancones de La Quinta, con los cinco años más que cumplidos y un volumen impropio para su encaste Santa Coloma, embistió una sola vez con auténtica entrega.

El albaceteño Rubén Pinar abrió la feria con Malastardes, cuyo nombre ya fue como un presagio para la corrida aunque esperemos que no lo sea para el mes largo de toros que queda por delante. Con sobrado oficio, el torero manchego, que ya es experto en estas lides, manejó con suficiencia y tesón a ese primero que, además, fue desarrollando sentido a medida que avanzaba la lidia. Ya con el cuarto, que tuvo un comportamiento vulgar y anodino, vacío por completo de raza, Pinar aprovechó su al menos intuida nobleza para ligarle los pases con precisión técnica, sin que el senado torista se quedara contento. Es más, le afearon no se sabe bien qué zarandajas puristas.

Javier Cortés tuvo delante al único de los seis cinqueños que, al menos, repitió sus arrancadas, aunque siempre con escaso recorrido. Y, aunque algo amontonado, sin demasiada fluidez por esa corta trayectoria del ataque, entreveró los mejores muletazos de la tarde jugando airosamente con los vuelos del engaño al usar la mano izquierda.

Para contentar al tendido exigente, Cortés quiso lucir en varas al quinto, al que llegó a dejar en los mismos medios de la plaza para que se arrancara al caballo, lo que el astado hizo tras una larga espera y muchas reticencias una vez que ya lo había derribado, en un violento choque, en el encuentro anterior.

Así que, tal y como lo había anunciado, el cárdeno se desfondó en el último tercio, acudiendo rezongó y al paso a los cites del madrileño, que se mostró también muy por encima de su condición.

El tercero fue un toro agrio, que tras las primeras oleadas pasó luego a medir y a salirse por encima del palillo de la muleta de Thomas Dufau, quien, con cierta inseguridad, no le volvió nunca la cara y quiso encontrar un acople imposible.

Ya el sexto, vencida la tarde de mansos, topó insulsamente la tela roja que el francés intentó que siguiera en un empeño tan voluntario como a todas luces infructuoso, antes, durante y después.