La de ayer en Sevilla fue una tarde muy sentimental por algunos homenajes póstumos, unos evidentes, tal que el silencio con que se recordó a Manolo Montoliú, muerto por un toro hace cinco lustros en este mismo ruedo, y otros personales, como el que los hermanos Rivera tributaron a su padre yéndose a recibir a sus primeros toros a la puerta de chiqueros, allí adonde tantas veces fue Paquirri.

Y fue tarde sentimental también porque en los tendidos y en los alrededores de la plaza dominó el ambiente el espíritu de lo rosa, entre tanto paparazzi y curioso concentrado al reclamo de la popularidad extrataurina de la fraternal pareja de toreros, justo en el día en que el primogénito se despedía del coso donde tomó la alternativa.

Pero en lo estrictamente taurino la tarde también fue para los Rivera, que triunfaron y cortaron sendas orejas, aunque de muy distinto color y valor. La de más peso fue para Cayetano, al que aún se le pidió una segunda por una faena en la que puso toda la carne en el asador.

Decidió el menor de los Rivera brindarle al mayor una faena que abrió con las dos rodillas en tierra para dejarse así pasar muy cerca, por alto y en redondo, los pitones de ese sexto toro, un astado algo tardo para ofrecer unas embestidas que el matador le provocó con gallardía y apuesta.

Ya en los medios del ruedo, se sucedieron tres series de muletazos, con la derecha y la izquierda en las que, contando con la nobleza retardada del animal, Cayetano mostró su mejor virtud: un despacioso compás al correr la mano, justo hasta que el toro se rajó y tomó el camino de las tablas, donde se aconchó.

Y como no hubo más que sacar, salvo algunos alardes de cara a la galería, aún se tiró a matar en rectitud, recordando también a su padre, para dejar una gran estocada cobrada al mismo ritmo que sus muletazos.

La oreja que cortó tuvo un peso específico mayor que la que le dieron a su hermano Francisco, a quien correspondió en suerte el mejor y más serio toro de la desrazada y terciada corrida de Daniel Ruiz para acompañarle en su adiós a la Maestranza.

Fue el bravo Enemigo un compañero de lujo para la efeméride, pues no cesó de repetir sus largas y entregadas embestidas a una muleta que Rivera manejó con corrección pero sin pasión, técnicamente correcto pero despegado, sin dar el paso adelante con la verdadera entrega que merecía el animal para propiciar un triunfo rotundo.

Antes de los trofeos, igual de correcto, y matando de otra gran estocada, se mostró Francisco con el insulso primero, al que también banderilleó con cierto brillo, mientras que las protestas del público obligaron a Cayetano a abreviar con el inválido tercero.

EL JULI / Por su parte, El Juli no logró tomar protagonismo en la fiesta de los Rivera, más que nada porque su solvente labor consistió en evitar en lo posible que su primero consiguiera su propósito de irse a refugiar a chiqueros y en sacarle al quinto apenas un puñado de muletazos evitando los cabezazos que soltó hasta negarse a seguir peleando.