Enrique Ponce demostró ayer en Almería que sigue en estado de gracia. Después de lo de Málaga y Ciudad Real, donde recientemente indultó a sendos astados de Juan Pedro Domecq y Daniel Ruiz, el valenciano firmó en el coso de la avenida de Vilches otra de sus actuaciones antológicas, de las que perdurarán en la retina del aficionado almeriense.

Suavidad, armonía, temple y elegancia fueron las bases de esta faena al primero de corrida, un excepcional juampedro, bravo, con clase y mucho motor. Ponce, que se lució ya con el capote, llevó a cabo una labor muy completa y rotunda de principio a fin. Toreo pausado, plástico, abandonado por momentos, y muy bien hilvanado por los dos pitones. Todo con mucho ritmo y a más. La plaza vibró y disfrutó de lo lindo con el magisterio del de Chiva, que cortó dos orejas tras una media estocada de lo más efectiva.

Y cuando parecía que no se podía estar mejor, Ponce demostró en el cuarto que sí se puede. Fue éste otro toro bueno y manejable de Juan Pedro, y Ponce, que nuevamente dejó su sello con el capote, volvió a demostrar porqué es todo un número uno. Toreo casi de salón, de mucho gusto y sentimiento el que exhibió durante todo su quehacer. Cumbre. Los tendidos, un manicomio. Qué manera tan bella de interpretar el toreo. Y de emocionar. Un final a base de poncinas puso todavía más ambiente de frenesí. Entró la espada a la primera, y dos orejas más para él, con petición de rabo.

Al concluir la vuelta al ruedo, Ponce pidió permiso a la autoridad para abandonar la plaza y emprender viaje a Bilbao, donde está anunciado hoy. Este hecho hizo que no pudiera salir a hombros al finalizar la tarde. El que sí abrió la puerta grande fue Ginés Marín, que cortó una oreja de cada uno de sus noblotes oponentes.