Ficha del festejo:

Seis toros de El Pilar, de dispares volúmenes y hechuras, aunque en general de fina lámina y astifinas defensas. En cuanto a juego, a la mayoría les faltó raza o bien empuje en los cuartos traseros, con las excepciones del manso y rajado tercero y del noble y manejable quinto.

Diego Urdiales, de pizarra y oro: pinchazo, estocada atravesada y tres descabellos (silencio tras aviso); estocada delantera atravesada (silencio).

David Mora, de salmón y oro: pinchazo, pinchazo hondo y tres descabellos (silencio); pinchazo hondo caído y diecisiete descabellos (pitos tras tres avisos).

José Garrido, de violeta y oro: estocada trasera caída (silencio); estocada desprendida delantera (silencio).

Entre las cuadrillas, Ángel Otero saludó tras clavar un gran par de banderillas al segundo.

Tercera corrida de abono de la feria de San Isidro, con más de tres cuartos de entrada (19.500 espectadores), en tarde fresca y con molestas rachas de viento.

La feria de San Isidro no termina de despegar, pues, a pesar del éxito menor de Morenito de Aranda en la tarde del viernes, ayer se vivió una muy deslucida tarde de toros, en la que el escaso empuje de una noble pero afligida corrida de El Pilar se alió con un fuerte viento racheado para hacer casi imposible el toreo lucido.

Hubo, eso sí, un toro con bastantes posibilidades, el único que aguantó con brío en la pelea pese a ser, con diferencia, el de más peso de los seis: un total de 611 kilos de nobleza y claras arrancadas al capote y a la muleta de David Mora. Pero el diestro madrileño, que no había logrado sujetar la constante huida de su primero hacia la querencia de tablas, no llegó nunca a confiarse tampoco con ese voluminoso segundo de su lote. Dubitativo, sin asentarse nunca sobre la arena y desplazando casi siempre hacia afuera las embestidas, Mora se dejó ir así la única oportunidad de triunfo que hubo en la corrida. Y no sólo eso sino que, igual de inseguro, se vio incapaz de dar en tierra con el animal después de un sinfín de golpes de descabello, dando tiempo a que sonaran los tres fadíticos avisos que mandaban a los corrales al de El Pilar, aunque finalmente el noble animal fuera apuntillado desde un burladero.

A esas alturas de la corrida, cuando ese pilar salió al ruedo para sustentar mínimamente el honor de su divisa, se habían cubierto cuatro capítulos sin apenas historia, salvo las cinco verónicas y media con que Diego Urdiales acunó en un quite las embestidas del primero de la tarde. En el temple y la hondura con que el diestro riojano embarcó y condujo a ese serio toro colorado se centró casi todo lo que de buen toreo se vio en la corrida, pues el mismo Urdiales, salvo en momentos aislados, no pudo prolongar esa brillantez con la muleta: flojo de cuartos traseros, tras el quite el toro apenas tuvo empuje para rematar media docena de embestidas. Y aún más flojo resultó el cuarto, que tuvo unas preciosas hechuras pero sin apenas fuerzas para desarrollar su apuntada voluntad y clase. Claro que tampoco el viento, que descontrolaba los vuelos de la muleta, permitió a Urdiales equilibrarle con pulso.

El extremeño José Garrido pasó discretamente por su primera tarde en San Isidro ante dos toros que, faltos de raza, se vinieron abajo demasiado pronto y sin dejarle mayores opciones que dos trasteos voluntariosos pero sin brillo.