El novillero albaceteño Diego Carretero, que paseó la única oreja del festejo, sobresalió hoy en la feria de Fallas de Valencia al imponerse tanto al deslucido juego de los utreros de El Parralejo como al viento que sopló en una tarde muy desapacible.

FICHA DEL FESTEJO:

Seis novillos de El Parralejo, muy desiguales de tipo, hechuras y cuajo, pero que tuvieron el denominador común de la falta de raza, pues acabaron desfondados o protestando con embestidas rebrincadas y cortas.

Leo Valadez, de azul rey y oro: estocada perpendicular y descabello (ovación); estocada atravesada y descabello (silencio).

Diego Carretero, de grana y oro: bajonazo (vuelta al ruedo tras leve petición de oreja); estocada (oreja).

Jorge Rico, de blanco y plata: dos pinchazos, estocada pescuecera, pinchazo y descabello (silencio tras dos avisos); media estocada atravesada y cuatro descabellos (silencio tras aviso).

Cuarto festejo de abono de la feria de Fallas, con una paupérrima entrada en los tendidos en tarde de frío, viento y lluvia intermitente.

A las tradicionales cinco de la tarde, la hora fijada para el comienzo de la novillada, la plaza de toros de Valencia era hoy un auténtico escenario anticlima para el desarrollo del toreo.

Con el ruedo en pésimo estado tras las fuertes lluvias de la noche anterior, con una temperatura que el viento convertía en gélida y con apenas trescientas personas en los tendidos, el ambiente era ya toda una losa que se cernía sobre las ilusiones de los novilleros.

Se necesitaba mucho carácter, y una gran seguridad, para sobreponerse a tan pésimas circunstancias, y más aún cuando a la empinada cuesta arriba de la tarde se iban sumando los descastados y deslucidos novillos de la divisa de El Parralejo.

Pero carácter fue precisamente de lo que se vio sobrado al novel Diego Carretero, que no sólo remontó la circunstancias climáticas y ambientales sino que también se impuso con valor y mucha seguridad a los dos descastados utreros de su lote.

Ya a su primero le pudo haber cortado una oreja de no haberle caído tan baja la espada, pese a que se tiró a matar en rectitud, porque antes había consiguió equilibrar y atemperar con un temple natural las descoordinadas embestidas el astado y poniendo todo de su parte incluso cuando éste, ya sometido, amenazó con afligirse.

Pese al fuerte viento que sopló toda la tarde, el novillero de Albacete apostó siempre por confiar el mando sobre los novillos a los vuelos de la muleta, como se palpó en una soberbia serie de naturales, por mucho que las ráfagas le hicieran a veces perder el control del engaño.

Y así fue como se impuso también al quinto, el más pesado del encierro, que, quizá por eso mismo, se aplomó y se desfondó demasiado pronto. Aun así le sacó bastante más partido del esperado para, ahora sí, matarle de una buena estocada y poder cortar esa oreja que premió el meritorio conjunto de su actuación.

También el mexicano Leo Valadez se mostró puesto y capaz en tan complicado contexto, haciendo gala de su buen oficio, tanto con un primero absolutamente desclasado como con el aplomado cuarto, con el que el viento le incomodó más de la cuenta.

Por su parte, Jorge Rico, de Alicante, se dilató en dos trabajos inconcretos, deslavazados y sin asiento frente a sendos utreros de muy similar comportamiento al de sus compañeros.