Ganado: cinco toros de Victoriano del Río (1º y 4º con el hierro de Toros de Cortés) y un manso sobrero de Encinagrande (2º). Corrida, en general, de buena y fina presencia.

Sebastián Castella: pinchazo y estocada trasera caída (ovación tras aviso); estocada caída (silencio).

José Garrido: estocada baja (silencio); media caída atravesada (ovación tras aviso).

Roca Rey: pinchazo hondo y descabello (ovación tras aviso y petición de oreja insuficiente); pinchazo y estocada (dos orejas tras aviso). Salió a hombros, con algunas protestas.

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El diestro peruano Andrés Roca Rey salió ayer a hombros en Bilbao tras cortarle las dos orejas al sexto de la tarde, un exigente y encastado manso de Victoriano del Río, y remontar así con su firmeza otra de las decepcionantes Corridas Generales que también se perdía por los derroteros del tedio.

La actuación del torero de moda en Bilbao fue todo un alarde de valor y autoridad. Y no precisamente por los aciertos, más bien escasos, del trasteo a su primero, al que, por una inadecuada elección de terrenos, no aprovechó ni concretó con la muleta toda la profunda calidad que mantuvo el animal en sus embestidas antes y después de tomar el camino de las tablas.

Porque lo realmente meritorio e impactante de su segunda corrida en esta feria fue la manera en que se entregó ante ese exigente manso que cerró plaza, al final de una tarde sin apenas emociones. Quizá por ello el público explotó aún con más fuerza en sus ovaciones a medida que el joven suramericano hacía de su firmeza una forma de dominio ante ese astado manso pero emotivamente encastado.

Todo empezó en un quite por saltilleras, pasando al toro por alto con el capote a la espalda, sin dudar ante las ya entonces inciertas arrancadas del de Victoriano del Río que, seguidamente, en banderillas, mostró con claridad su verdadero fondo de manso pero dispuesto a vender cara su vida a quien intentara forzarle a pelear.

Roca Rey le abrió la faena por estatuarios, dejándole que se saliera desentendido de las suertes pero retándole a volver tras la muleta con una paciente impavidez. Cuando le obligó por bajo, en la primera serie de naturales, también amagó el animal con irse a tablas, como era su intención, pero el acoso del matador le hizo sacar su verdadero temperamento, aceptando el reto de una vez por todas. Claro que dominarle no fue sencillo, pues sus vibrantes embestidas llevaban una carga de recelo y violencia que solo podía ser atemperada con la férrea firmeza con que Roca se asentó en la arena y echar al aire la moneda de una arriesgadísima apuesta.

A veces con rectitud, otras sin fijeza y a regañadientes, los pitones del toro pasaron una y otra vez por encima de los muslos del peruano, que nunca dudó ni se alteró, con ese valor natural y seco sobre el que sostuvo su estrategia para dominar aquella tromba de oleadas, intentando siempre traerlas embebidas en los vuelos de su muleta, hasta que, por fin, en señal de su victoria, Roca Rey se adornó con ajuste ante un enemigo que ya sí que buscaba la retirada.

Un pinchazo con la espada, cobrado también en la inadecuada suerte natural, y una contundente estocada en la contraria desataron la pañolada de un público que había vibrado como no había podido hacerlo en toda la feria, pero también la del presidente, que sacó a la vez los dos retales blancos que abrían por primera vez la Puerta Grande en una semana para que saliera por ella el héroe de la tarde.

Hasta ese momento cenital, Sebastián Castella había hecho un esfuerzo reposado ante el seco y reservón primero, pero también había dejado pasar, por exigirle de más, la buena clase de otro de los toros que marcó su acusada querencia a las tablas.

Tampoco fue desdeñable la faena al quinto de José Garrido, que entró en el cartel en sustitución de Cayetano, y vio como, tras descordarse su primero cuando lo recibía a portagayola, el sobrero de una ganadería prácticamente desconocida se le negaba a embestir, este sí, absolutamente rajado. En cambio, esa faena al feo y astigordo quinto estuvo dominada por el denominador común del temple, para convencerle y hacerle ir a más a pesar de su escasa raza, y con un envoltorio de buen gusto, construyendo así una faena impensable minutos antes y que el extremeño cerró metido entre los pitones y, para su desgracia, con una estocada defectuosa que le negó el corte de un posible trofeo.