Fernando Robleño fue quien mejor solventó la papeleta, ya que hizo un loable esfuerzo con el cuarto. Alternó las tandas por uno y otro pitón y acabó por imponerse al desrazado. Sólo el feo bajonazo con que lo tumbó le negó una recompensa mayor.

Castaño le buscó las vueltas a los dos, sin perder nunca la fe, hasta acabar por robarle alguna serie o muletazo estimable a ambos. A Venegas, el de Cuadri le derribó para después buscarle en el suelo, aunque sin herirle, añadiendo así un punto de angustia al final de la corrida.