Pudo ser una tarde para hacer historia. Y no lo fue porque los de luces no acabaron de aprovechar las posibilidades que brindó la corrida, que, sin ser extraordinaria, en cambio, tuvo mucho interés, principalmente porque ninguno de los seis toros se negó a la pelea, al contrario, todos, cada uno en su estilo, brindaron opciones para más que las dos solitarias orejas que cortaron Perera y Roca Rey.

Cierto es, y es necesario repetirlo, que no hubo ninguno de bandera, eso por delante, pero quede claro también que desde el noble y sosito primero, con el que Perera mostró su versión más desganada y apática, al enrazado y exigente sexto, con el que Roca Rey naufragó como un barco de papel en un mar embravecido, todos tuvieron mucho más de lo que realmente les hicieron sus lidiadores.

Sobre todo el lote de López Simón, que ayer quedó muy tocado después de no cuajar a ninguno de sus dos oponentes, a los que realizó dos faenas de corte muy similar, es decir, acompasar la inercia de sus codiciosas embestidas iniciales para, escondiéndose siempre detrás de la pala del pitón, engarzar medios pases a modo de carrusel. Pero después, cuando ambos astados se agotaron y había que ponerse de verdad, tirar de ellos y torearlos, ahí fue donde se apreciaron las carencias del joven madrileño, sonrojado por un segundo blandito pero de tremenda calidad en la muleta y un quinto codicioso hasta que se rajó; y eso que su cuadrilla, especialmente un soberbio Tito Sandoval, habían puesto el ambiente muy de cara.

Otro de los revolucionarios de esta nueva hornada de jóvenes toreros, el peruano Roca Rey, tampoco le anduvo a la zaga, aunque éste al menos logró salvar algunos muebles en su primero, un toro muy manso, constantemente a la fuga, remiso a cualquier afrenta, pero al que se le vio que si se le hacían bien las cosas podía también servir, y mucho, como así fue. El secreto era tratar de tapar esas constantes huidas con la muleta por abajo, y siempre en los terrenos que marcara el animal. Pues el peruano tardó en verlo, empeñado en hacerlo todo por arriba, hasta que, por fin, en la cuarta o quinta tanda descubrió la fórmula de la coca cola. A partir de ahí, sí. Tres tandas extraordinarias por templadas y encajadas, un emocionante final en la distancia corta y una estocada delanterilla le entreabrieron la Puerta Grande con la primera oreja de la tarde.

Pero en el sexto, ya está apuntado, devolvió el premio el peruano, al no acoplarse ni entenderse con un toro encastado y exigente, al que asfixió con un toreo encimista y sin argumento, aunque, más bien, el que acabó ahogándose fue él al impedirse la posibilidad de reeditar el portazo del pasado año. Una pena.

Y Perera, que no dijo absolutamente nada con el noblote parte plaza, que mereció otra actitud bien distinta, en cambio, pegó los mejores muletazos de la tarde al cuarto, al que cuajó una templadísima faena sobre ambos pitones, corriendo la mano con pulso, suavidad, largura y mando. No fue faena rotunda, como tampoco lo fue el toro, que, aunque manejable, le faltaron finales en sus embestidas, además de rajarse también antes de tiempo. Pero tras la estocada logró la oreja de más peso de una tarde en la que hubo mucho pollo para tan poco arroz.