Una oreja por cada uno de los diestros pasearon hoy Enrique Ponce, José María Manzanares y Andrés Roca Rey en la tercera de la feria de San Mateo de Logroño, una corrida que fue irrefrenablemente a menos por culpa de la falta de casta y pocas fuerzas de los toros de Juan Pedro Domecq.

Roca Rey salió ya a por todas en su primero, al que recibió por chicuelinas muy celebradas por la parroquia logroñesa. El inicio de su faena tuvo solemnidad y mucha quietud, alternando pases por alto con unos inverosímiles cambiados por la espalda.El toro, mansurrón, marcó los terrenos de la querencia, pero un autoritario Roca Rey logró sujetarlo en los medios para torearlo con mucho dominio sobre ambas manos. Un final impredecible, con circulares, pendulazos y otros alardes puso ambiente de frenesí. Cortó una sola oreja por el pinchazo previo a la estocada final.En el sexto llegó la decepción. Y el enfado. Al toro, sin fuerzas ya de salida, apenas le hicieron sangre en el caballo. Pero el animal no podía ni con la divisa.

Ponce se las vio en primer lugar con un toro tan noble como escaso de fuerzas, al que cuidó para ir afianzándolo en la muleta hasta llegar a darle fiesta por los dos pitones, en una labor que aunó suavidad y elegancia, empaque y buen gusto, aunque con escasas apreturas.

Pero la gente disfrutó con el quehacer del maestro de Chiva, sobre todo con las poncinas finales. La estocada en el primer envite fue clave para la concesión de la oreja.

El cuarto, pese a su nobleza, fue un toro totalmente descastado, de esos que se agarran rápido al piso, sin fuerzas, sin transmitir peligro. Ponce anduvo voluntarioso con él en una labor ligerita, por fuera y en la que compone muy bien la figura, pero que no llegó nunca a tomar vuelo.

Manzanares también estuvo en la línea de la plasticidad sin ajuste frente a su primero, un toro noblote, manejable, con el que estuvo fácil y solvente alterando los dos pitones. No fue una faena para tirar cohetes, ni redonda ni rotunda, pero sí hubo pasajes de toreo bello y templado, suficientes para que los tendidos prendieran con lo que hizo el alicantino, que cortó una oreja.

Todo lo contrario ocurrió con el descastadísimo y blando quinto, con el que Manzanares se alargó demasiado en un sinsentido, pues el animal, parado, remiso y aplomado, no fue oponente propicio. Tampoco él dijo gran cosa a pesar del largo metraje del trasteo.