El diestro Iván Vicente cortó ayer una oreja de peso en Madrid merced a una gran faena que aunó clasicismo, pureza y sentimiento, en una tarde de lo más desagradable por la tormenta que hubo, la mansada de Martín Lorca y la escasa afluencia de público.

Una terna de veteranos paladines abría la temporada estival en Las Ventas. Toreros ya experimentados, algunos curtidos en mil batallas, aunque hoy quedó visto que no todos son capaces de aguantar igual el ostracismo y la falta de contratos.

La faena que diseñó Iván Vicente al sexto fue de las de antología. Qué manera de torear. Qué muletazos tan extraordinarios logró el de Soto del Real, que conquistó una vez más la plaza que se ha convertido en su único bastión profesional en las últimas temporadas. Sin alharacas, sobre los mimbres de la más clásica y pura ortodoxia, y con el temple, el sentimiento y el buen gusto por bandera, Vicente logró prender a unos tendidos que habían pasado las de Caín durante las cinco primeras faenas, ora por la extrema mansedumbre de los de Martín Lorca, ora también por la desagradable tarde de tormenta que arreció en la capital del reino.

Precisamente el hándicap meteorológico le pesó a él más que a ninguno, sobre todo en su primera faena, en la que ya había dejado detalles extraordinarios, especialmente dos naturales de categoría, que, sin embargo, quedaron sin redondear por lo mucho que molestó la lluvia y el viento en ese momento. La ingratitud del tendido fue no sacarle ni siquiera a saludar una ovación después del esfuerzo que había llevado a cabo el madrileño.

BUENOS DETALLES / Pero en el sexto se impuso a todo Vicente, al que se le vio disfrutar como pocas veces y, algo aún más importante, logrando cautivar a la escasísimo público que ayer se concentró en Las Ventas (menos de un cuarto) con el que a buen seguro la empresa haya perdido dinero a pesa- del bajísimo coste del cartel.

Los detalles de fin de faena fueron auténticas delicatessen y, aunque la espada entró a la primera, fue necesario un golpe de verduguillo para poner en sus manos una oreja de peso, de las que deberían valer para abrirle otra vez paso, pues toreros con el concepto que atesora Vicente son los que hacen falta para hacer resurgir una fiesta acomodada y plagada de banalidades.

Otra imagen bien diferente dieron los otros dos actuantes. Uceda Leal dejó demostrado que ya no está para estos trotes. Todo voluntad, el veterano espada madrileño no pasó discreto y precavido con un lote manso y deslucido, pero que no se comió a nadie. Saludó dos ovaciones, pero fueron más por el cariño que aún le profesa Madrid que por lo méritos contraídos en el ruedo.

Tampoco dijo nada Ricardo Torres. En su primero, un toro en el límite de todo, puso mucho empeño el zaragozano pero sin llegar a nada del otro mundo. Por si fuera poco no anduvo nada acertado con la espada. En el quinto, un mulo que se negó en redondo a embestir, la desesperación del torero fue más palpable. Lo intentó de mil formas el hombre, mas fue imposible hacer embestir a semejante un buey de carreta. El petardo con los aceros fue también fenomenal.