El buen juego de varios de los ejemplares de la fina corrida de la divisa de Alcurrucén brilló por encima de la actitud conservadora de la terna de toreros extremeños que actuó ayer en la tradicional Corrida de Beneficencia, presidida desde el palco de honor de Las Ventas por el rey Juan Carlos I. Hubo, pues, más toros que toreros en este clásico festejo que, en otro tiempo, se consideraba el de mayor categoría de la temporada madrileña y que por ello contaba siempre con la presidencia del jefe de Estado.

En esta ocasión el cartel se cerró con una terna netamente extremeña, y más concretamente de Badajoz, que alternaba veteranía y juventud. Solo que, más allá de su experiencia, la actuación de los tres espadas estuvo marcada por un común conservadurismo y una técnica especulativa que les impidió apurar las opciones de faena de, al menos, cuatro de los ejemplares. Y es que la corrida de Alucurrucén, pareja en sus finas y perfectas hechuras, variada de pelajes y armónica de tipos y de cornamentas, marcó en distinto grado tanto los defectos como las grandes virtudes de su encaste Núñez.

La parte negativa, aunque no tan decisiva en el resultado final, fue su típica salida fría, yéndose sueltos de los primeros embroques y de los caballos, sin empujar ante el castigo. Aun así, sangraron mucho los seis ejemplares gracias al acierto de los piqueros, lo que no fue óbice para que, cuando tocaban a matar, casi todos sacaran a flote la calidad de las embestidas que también es propia de su sangre.

Si con tantas y tan claras posibilidades de triunfo solo Ginés Marín, el más joven de la terna, consiguió cortar una oreja, de escaso peso específico, se debió a que tanto él como sus compañeros no aplicaron la mejor fórmula, la de la entrega y el toreo de mando con los vuelos de la muleta, para que fluyeran esas embestidas largas y entregadas que marcaron los ejemplares de Alcurrucén.

Muy al contrario, Miguel Ángel Perera, por ejemplo, se colocó muy en corto, con la muleta tapándole la vista a sus enemigos y sin sutileza en los toques, para recetar solo medios pases empalmados entre la indiferencia del tendido. Si ese planteamiento no fue problema ante el apagado segundo, en cambio resultó el gran error que le impidió cuajar como merecía al precioso y excelente quinto.

Al joven Marín le cupo en suerte un lote de triunfo grande, o al menos de mayor repercusión que esa oreja de beneficencia que le pidió un público tan amable como es costumbre en este tipo de corridas. La faena premiada fue la que le hizo al tercero, un toro retinto de gran nobleza pero de medido fondo. Aun aseado y estético, el extremeño no llegó a apurar en todo su trazo esas contadas embestidas de calidad. En cambio, se dilató con el sexto con docenas de pases cortos y ligeros, sin poso alguno, aunque el animal fue atemperando su bravo ímpetu inicial hasta llegar a tomar el engaño con temple.

Por su parte, Antonio Ferrera no pasó de la corrección formal ante un primero con temperamento pero, que, bien conducido y sometido, resultó muy manejable por el pitón izquierdo, mientras que, entre la dificultad añadida del viento que comenzó a soplar entonces, apenas si dejó ver la condición, buena o mala, que encerraba el cuarto.