La casta brava de varios toros de la divisa de El Pilar lidiados ayer en Madrid destacó muy por encima de la actuación de los toreros de distintas nacionalidades anunciados en la primera edición de la denominada Corrida de las Seis Naciones, incluida dentro del abono de San Isidro.

Los de más reciente alternativa, el mexicano Luis David y el venezolano Jesús Enrique Colombo, lograron dar sendas vueltas al ruedo -protestadas ambas- una vez que, en la tónica amable de la feria, el público solicitara para ellos otras tantas orejas, aunque su empeño y su voluntad manifiestos no alcanzaran tampoco altas cotas de lucimiento.

Porque, en la impresión final de la corrida, el encastado juego de los toros de El Pilar, dentro de los lógicos matices, pesó más que cuanto lograron los toreros, que, también con sus diferencias, no acertaron a someter y a sacar de los astados salmantinos las grandes prestaciones que les ofrecieron. Claro que para ello los de El Pilar pedían ante todo que se mandara en sus embestidas, que se las llevara enganchadas en los vuelos y se les hiciera seguirlos en trazos largos y bien rematados, lo que es difícil de aplicar cuando no se lidia con un planteamiento defensivo y con una técnica conservadora.

Al colombiano Luis Bolívar, que resultó prendido al iniciar su faena de muleta -milagrosamente, con menores consecuencias- le costó dar luego el paso, quizá mermado de ánimos por el percance, con un segundo toro que tuvo entrega y transmisión por el pitón izquierdo.

En cambio, en ese mismo aire encastado, el lado bueno del tercero fue el derecho, por donde más lo pasó el español Juan del Álamo, solo que con tan escaso gobierno sobre las repetidas arrancadas que el de Pilar acabó subiéndosele a las barbas.

Bravo también, pero este mostrando un temple y una clase más atemperadas, fue el cuarto, al que el peruano Joaquín Galdós desperdició en un trabajo sin asiento y siempre desplazándolo a tironazos.

Igual de conservador, con un toro de poco celo al que no terminó de dejar que se definiera, se vio al francés Juan Bautista, en una faena que no pasó de ser un mero trámite para abrir plaza. Así que fueron los dos últimos espadas, como se dijo, los que al menos pusieron más empeño para intentar aprovechar la oportunidad internacional.

El mexicano Luis David, tuvo algunas fases interesantes en la primera parte del trasteo a un quinto toro que, sin descolgar nunca el cuello, al menos resultó manejable cuando se le llevaba embebido en el engaño.

Y, por último, el venezolano Jesús Enrique Colombo bulló con capote y banderillas ante un sexto de arrollador temperamento que, al mínimo desajuste, se violentaba y protestaba. Y así sucedió que, en el remate por alto de una tanda de muletazos, el animal golpeó con la pala del pitón en el rostro del torero, que cayó a la arena prácticamente grogui, aunque se recuperó para matarlo y poder dar, finalmente, una pírrica vuelta al ruedo.