Toros de Juan Pedro Domecq, bien presentados. El blando segundo y el aplomado cuarto fueron los ejemplares más deslucidos de un envío en el que resultaron más que potables tercero, quinto y sexto. Al primero, que tuvo clase, le faltaron bríos.

Morante de la Puebla, silencio y ovación.

José María Manzanares, oreja y vuelta al ruedo tras dos avisos.

Alfonso Cadaval, que tomaba la alternativa, ovación y vuelta al ruedo.

Dentro de las cuadrillas destacaron los picadores Aurelio Cruz y Paco María, y los banderilleros Santi Acevedo y José Antonio Carretero.

La plaza se llenó en tarde bochornosa que acabó amenazando tormenta.

El diestro José María Manzanares se acercó ayer en Sevilla a sus mejores fueros en una tarde completa en la que cortó una oreja de su primer enemigo, aunque acabaría perdiendo las dos del quinto por culpa de la espada, y así su salida a hombros por la Puerta del Príncipe de la Real Maestranza. Cuando pinchó por tercera vez en la suerte de recibir ya se había esfumado cualquier posibilidad de reeditar esa Puerta del Príncipe que conoce tan bien. El alicantino había cortado una oreja del notable juanpedro que salió en tercer lugar gracias a una actuación global que ya brilló a alto nivel con el capote. Las verónicas de recibo, espatarradas y sentidas, fueron seguidas del preciosismo de un quite por chicuelinas y una sedosa larga. Pero hubo más en una faena iniciada con un largo preámbulo que rompió, definitivamente, con un excelente muletazo al natural. A partir de ahí el trasteo se basó en series cortas, bien hechas y dichas, y excelentemente rematadas con grandes pases de pecho. No faltaron esos detalles, marca de la casa, materializados en trincherazos, un largo cambio de mano y hasta un airoso molinete para coser, una a una, las tandas de muletazos que remató con un grandioso volapié. Volvió a templarse a la verónica apercibiéndose de la buena condición de un toro, el quinto, al que enjaretó un elegante comienzo de faena. Manzanares se puso a torear en redondo pero la faena escaló su mejor cumbre cuando, con la muleta en la izquierda, cinceló tres o cuatro naturales y un pase de pecho de antología.

Ahí ya tenía en las manos la llave de la puerta que se quedó cerrada. Queda la duda de por qué no persistió sobre esa mano para reventar la plaza y el trasteo. Manzanares cambió de lado y se salió de su propio guión en un inusual final de faena en la que no faltó un atolondrado molinete que cambió por una fea voltereta. Hubo momentos de gran intensidad, como un aclamado circular invertido y hasta unas infrecuentes manoletinas cuando se mascaba el triunfo grande que se truncó en el filo del acero.

Morante despidió su doble cita con Sevilla y concluyó su particular temporada sin que le haya embestido ni uno solo de los cuatro que ha estoqueado en esta Feria de San Miguel. El primero de la tarde le sirvió para esbozar unos preciosos y precisos capotazos con la rodilla flexionada, pero el toro, a la defensiva durante toda su lidia, no iba a dar para mucho más. Tampoco pudo ser con el cuarto, un ejemplar al que recibió con capotazos de todas las marcas -desde un extraño farol hasta una serpentina pasando por chicuelinas- antes de comprobar que estaba vacío por completo. Arreaba el aire mientras el cielo se ponía cada vez más oscuro, como el semblante del diestro de La Puebla, que se marchó contrariado a por la espada.

Para el final queda la dignísima alternativa de Alfonso Cadaval, que mostró sus muchos progresos toreando asentado y con notable trazo al noble y blando ejemplar -brindado a su padre, el humorista César Cadaval- que le sirvió para cambiar de escalafón. Con el sexto, que tuvo bríos y mucho que torear, volvió a entregarse sin fisuras aunque, ahora sí, delató su falta de oficio.