Nació y vive en la plaza de la Lagunilla. Todas las mañanas cuando abre el balcón ve el busto de Manolete. Lleva tres años en la Escuela Taurina de Córdoba y se ha convertido en uno de los alumnos más avezados y con más claro futuro, porque Manuel Román Álvarez, a sus 15 años recién cumplidos, ha saboreado las mieles del triunfo en una competición muy reñida entre los becerristas de las distintas Escuelas Taurinas Andaluzas. Nunca olvidará la fecha del 14 de noviembre ni la plaza de toros de Estepona.

-¿Cómo vivió esa gran final?

-Era muy especial para mí, toreando en el campo y entrenando no pensaba en otra cosa. Estaba nervioso porque me jugaba mucho y no quería decepcionar ni a la escuela que había confiado en mí ni a mis padres, que viven con ilusión mi decisión de querer ser torero. Estaba intranquilo porque la responsabilidad era mucha. Tenga en cuenta que yo he toreado mucho en el campo pero ante el público debuté en Sanlúcar unos días antes, cortando dos orejas y rabo. De ahí, el salto a la final compitiendo con compañeros muy preparados. Luego, afortunadamente, todo salió bien.

-¿Siempre ha querido ser torero?

-Desde que tenía once años. Con esa edad asistí a una primera comunión celebrada en la Hacienda El Cordobés, soltaron una vaquilla y pidieron que torearan los niños. Me dieron un capote y le di dos o tres capotazos, y aunque nunca había cogido ni capote ni muleta me sentí muy bien. Desde ese momento solo pienso en el toro.

-¿Sus padres le animan?

-Muchísimo, al día siguiente de haber toreado esa becerra le dije a mi padre que ya no quería ser futbolista, que lo que quería era ser torero, y me dijo que lo pensara, que era una carrera muy dura, pero a la vez maravillosa. Así que cambié las botas de fútbol por los trastos de torear y me siento muy feliz por la decisión.

-¿Tiene antecedentes taurinos?

-Mi padre fue novillero sin caballos pero nunca se me había pasado por la imaginación compartir los estudios con el toreo.

-Y sin embargo comparte su tiempo con dos escuelas: la taurina y la de estudios...

-Claro, a la taurina voy dos días a la semana, y a la otra a diario. Estudio cuarto de la ESO y cuando llego a casa hago los deberes y enseguida subo a la azotea a torear de salón, y allí estoy hasta la hora de cenar. No me canso.

-Los entendidos hablan de que tiene la cabeza muy bien amueblada para pensar delante del toro. Y eso lo demostró en la gran final, ya que el animal que le tocó en suerte, el quinto, no era bueno pero supo hacerle la faena adecuada e inteligente para convencer al jurado.

-Sí, reconozco que me desenvuelvo con soltura y trato de resolver las complicaciones de la lidia. He toreado muchísimo en el campo y eso te da seguridad en ti mismo y conocimiento, lo que hace falta es saber aplicarlo en su momento.

-A pesar de la voltereta que sufrió, observamos que no le hizo mella y no mermó en absoluto sus maneras y la raza con que afrontó este desafío. ¿Las volteretas curten al torero?

-Tengo asumido que las volteretas son habituales en los que empezamos, lo que hay es que ignorarlas y volver a la cara con la misma entrega y tesón. A mí la voltereta me hizo estar más centrado y más encima, me subió la autoestima y el coraje.

-A su antagonista le cortó una oreja que le abrió la puerta del triunfo. ¿En qué pensó?

-En mis padres y mis abuelos. Es mi primer trofeo y lo miro con cariño. También guardo esa oreja y las dos y el rabo de Sanlúcar.

-La temporada ha terminado. Ha sido atípica y extraña por el coronavirus. ¿Cómo la ha vivido?

-Me ha parecido muy bien que se hayan celebrado algunos festejos y que hayan sido televisados.