Se escribió en la previa de la Feria de Nuestra Señora de la Salud y ahora, a toro pasado, habrá que insistir en lo mismo. En el año del centenario del nacimiento de Manolete, en el que se recuerda a un mito universal, a un referente taurino único y a un icono de la ciudad, sin embargo, escasa oferta taurina en el ruedo, más allá de exposiciones, documentales y una escueta fotografía en el cartel anunciador. La ocasión merecía un mayor esfuerzo en lo estrictamente taurino, algo extraordinario a la altura del Monstruo. Desde luego, en lo periférico, buena nota para la Fusión Internacional por la Tauromaquia (FIT), empresa gestora de Los Califas -la muestra de Orive, por ejemplo, desnuda todas las carencias del Museo Taurino e invita a reflexionar sobre la necesidad de cambiar el modelo de centro de interpretación elegido para el mismo-, pero aprobado, sin más, en lo esencial. Conseguido este, además, por los pelos, a última hora. No puede, o no debe, darse a conocer la programación taurina tan solo 20 días antes y a través de un correo electrónico, sin presentación oficial y sin someterse a las preguntas de la prensa y de los aficionados, que hubieran tenido mucho que cuestionar, como si estas formas corresponden con quien ha proclamado su compromiso con Córdoba. Precisamente eso, el compromiso, es lo que en los círculos taurinos se critica más. ¿Puede haberlo en quien desembarca cada año en la ciudad tan solo unos días antes del celebrarse la Feria y pasada esta hace las maletas hasta el año próximo? ¿Lo demuestra quien, por su tardanza en aparecer en la ciudad, manteniendo en ascuas a la Asociación Española Contra el Cáncer y al Círculo Taurino, desplaza a octubre el tradicional festival que abre la temporada y la becerrada que cierra el ciclo de mayo, por más que justifique que ambos espectáculos celebrados el mismo día constituirán el broche a los actos de Manolete olvidando que ambos, por sí mismos, tienen vida propia y no necesitan de más justificación ni papel de celofán? El caso es que la FIT ha sido capaz -ojo, si tamaño entramado empresarial no lo es, apaga y vámonos- de organizar una feria para Córdoba con suficientes ingredientes en un abrir y cerrar de ojos, pero no ha dado el do de pecho que Manolete, el centenario de su nacimiento, exigía. No ha pasado de organizar una feria tipo en la que, primando el balance económico, ha dado carta libre a la figura del empresario-ganadero-apoderado. Manolete, en definitiva, merecía más.

Solo una faena

Y no solo en los despachos, sino que una vez que había lo que había, también en el ruedo se hubiera merecido mejor homenaje. Porque si corta ha sido la Feria, escaso ha resultado el balance artístico. Tan solo Enrique Ponce ha firmado una actuación de campanillas, de puerta grande. Lo hizo el sábado con un ejemplar de Juan Pedro Domecq ante el que desplegó toda la tauromaquia poncista, con sus extraordinarias virtudes de técnica, elegancia, estética, temple, pulso, torería... Décima Puerta de Los Califas de su carrera, a pesar del feo espadazo que culminó una labor completa de capote y muleta. Ponce es como Roger Federer: el triunfador incansable, un seguro de éxito, la difícil facilidad... Siempre nos quedará Ponce. Siempre nos quedará Federer. Aunque el que nos arrebate sea Rafa Nadal.

La otra puerta grande del ciclo, la de la rejoneadora Lea Vicens, simplemente no cuenta. Las dos orejas que se llevó del sexto lidiado el domingo fueron baratas, baratas, o la compensación por no haberle concedida otra en el anterior. En cualquier caso, lo suyo estuvo ayuno de toreo a caballo. Doma sí, pero hasta ahí.

Por lo demás, una oreja se llevó el viernes la principal novedad del ciclo, Roca Rey, que salvó un desesperante festejo marcado por el descastado y escaso juego de los de Zalduendo, hierro de la empresa que hizo doblete, además, con la novillada sin picadores. El peruano puso mucho de su parte y no le faltó entrega, aunque reluciera más al ser un oasis en medio del desierto. Porque esa tarde, una tarde sin toros, Manzanares no pudo pasar de recetar una fenomenal estocada a su primero y Morante... Proyecto de faena en su primero y ni eso en su segundo, al que no quiso ver, dando un sainete con la espada. Hablando de falta de compromiso, mal el de La Puebla.

Orejas y toreo

Sí lo tuvo Finito. Por cierto, el único que se acordó de Manolete, al que le brindó uno de sus toros. El de Córdoba, sin posibilidad real con los juampedros, sin embargo se anotó los pasajes sueltos de más rotundidad del sábado. Una media y un derechazo echándose todo el toro atrás aún están en el recuerdo. Pero se fue de vacío, a diferencia de Cayetano, que esa misma tarde se llevó un apéndice por una estocada en todo lo alto y contundente. Antes de eso, sin alma y despegado.

Otra oreja se apuntó Joao Moura en la corrida de rejones del domingo por una actuación correcta. Esa tarde, en cambio, a pesar de que Lea Vicens saliera a hombros, fue Pablo Hermoso el que hizo el mejor toreo, con un apabullante temple y dominio de los terrenos, pero sin rejón de muerte.

Y en la novillada sin picadores, un apéndice para Carlos Domínguez que maquilló una tarde sin apenas historia, sin abrir ventanas al futuro. Un futuro para el que, en los tendidos, cuenta también la juventud, la renovación de aficionados. Y en ese aspecto hay que aplaudir a la FIT el abono ideado para los jóvenes, quienes por un precio muy asequible pueden ver toda la feria y en localidades de lujo. Pero tanto acierto aquí como equivocación al anunciar ya tarde, el viernes, con la corrida prácticamente empezada y solo a través de Twitter que los menores de 14 años tenían entrada gratis para todo el ciclo, cuando muchos de ellos habían pasado por taquilla días antes para comprar el abono joven. Se aplaude la promoción, pero se critican aquí, otra vez, las formas: tarde y mal. Como el anuncio de la Feria. Como el resultado del ciclo. Manolete se merecía algo más.