Una oreja de ley logró ayer Julián López El Juli como balance de la tradicional Corrida de la Beneficencia, una tarde condicionada por el tremendo calor y la mansada de Victoriano del Río, y honrada por la presencia del Rey Felipe VI, encarado de presidirla desde el Palco Real.

Qué difícil tiene que ser inspirarse a 40 grados a la sombra. Y embestir. El Sahara en pleno corazón de Madrid. Calima en la atmósfera, bochorno en el ambiente, ni una brisa de aire que mitigara tanta asfixia general ni las brasas en las que se había convertido el cemento, 24.000 almas a golpe de abanico. Un sufrimiento general, compartido, esta vez, con el Rey Felipe VI, que ayer hizo su debut en el Palco Real para presidir honoríficamente la Corrida de la Beneficencia. Menudo trago debió pasar, más aún cuando de todos es bien sabido su poco predicamento por lo taurino.

Menos mal que, ante tanta desesperación general, agravada si cabe por la descastada, floja y muy deslucida corrida de Victoriano del Río, como en buen desierto que se precie, de repente, un oasis que aliviara tan infernal espectáculo. Dunas, eso sí, no hubo. Gracias Morante.

Ese espejismo tuvo lugar en el cuarto toro, posiblemente, el menos malo del envío y con él surgió un pletórico Julián López El Juli, que, sobre los mimbres del temple, la suavidad y el talante de figura del toreo obró el milagro del triunfo -a la sahariana- merced a una faena muy entregada, muy compacta y, sobre todo, muy torera.

Faltó rotundidad, por supuesto, como también careció de continuidad y finales al nobilísimo toro de Victoriano, pero, al menos, hubo belleza y, por momentos, relajo en la interpretación, también mando para obligar al astado por abajo, y, algo muy importante, mucha verdad, especialmente en los cites por el izquierdo, por donde logró naturales sueltos de categoría.

Cierto es que, en su afán de exprimir por completo a su antagonista, como así hizo, acabó también enmarañándose en un final encimista en el que sobraron algunos alardes y unas innecesarias luquecinas con el animal ya extenuado.

Entró la espada a la primera y, aunque la colocación no fue la apropiada, no fue óbice para lograr una oreja de ley, le pese a quien le pese y aunque a algunos les cueste la cena de ayer. Peor para ellos.

Y poco más destacable de la función. Ya está dicho que la corrida de Victoriano del Río anduvo en las antípodas de lo que suele ofrecer en esta plaza, sin ir más lejos, el más que potable envío que lidió hace 16 días en pleno San Isidro.