Ni el presidente, tras la unánime petición de una segunda oreja de su primer toro, ni el manso que también se la quiso negar al final de la tarde, fueron capaces de impedir lo que Juan del Álamo salió decidido a conseguir al ruedo de Las Ventas: una salida a hombros camino de la calle de Alcalá. Y es que el salmantino, que había rozado ese umbral con la yema de los dedos en varias ocasiones, puso todo lo que estaba en su mano para que esta vez no se le volviera a negar el privilegio de atravesar el pórtico de la gloria del toreo.

De inicio mostró su mejor versión posible, la de un toreo largo, templado y de regusto, con su primer toro, un núñez que, frío de salida como sus hermanos, rompió a embestir con fuerza en la muleta una vez se quedó a solas con su matador. Pero para eso fue decisiva la manera con que Del Álamo sujetó sus ganas de huir acosándolo con doblones hasta los medios, donde definitivamente lo ató a su muleta con tres torerísimos pases rodilla en tierra y uno muy largo de pecho.

Una vez allí, aislados del mundo en mitad del palenque, el salmantino le enceló con un temple sutil, esperando hasta el último momento a que el de Alcurrucén metiera la cara en la tela con una tanda de hondo asiento y recreada cadencia en la que ya iba camino de faena grande. Bajó un punto tan altísimo nivel al natural, pero pronto lo remontó Del Álamo con otras dos series redondas por cada mano, con el toro cada vez más entregado y embebido, embistiendo de una forma que parecía impensable apenas cinco minutos antes, incluso cuando su matador lo apuró en unos saboreados ayudados por bajo.

La estocada, por fin, volcándose Del Álamo para dejarla en todo lo alto, puso colofón al momento, que aún se prolongó con la brava resistencia del toro a caer. Y cuando eso sucedió se desató una inmensa pañolada pidiendo para el charro una segunda oreja que todos creyeron justa menos un injusto presidente que se negó a sacar su moquero por segunda vez.

Tuvo que dar dos vueltas al ruedo Del Álamo para recoger toda la admiración que le demostró la plaza, que aún volvió a expresarle cuando le ovacionaron antes de la salida de su segundo toro. Pero no pareció Del Álamo necesitar más ánimos que los que ya bullían en su pecho y que le llevaron a irse en busca del serio y descarado sexto cuando se emplazó en la querencia de los mansos.

No se lo puso fácil este otro, sino muy cuesta arriba, con sus violentas oleadas y su genio para huir cada vez que le obligaban a ir al caballo o a tomar los capotes. Sólo que la determinación de Del Álamo estaba por encima de cualquier adversidad, como se vio en su forma de plantarle cara al complejo, áspero y orientado animal al que, firmísimo sobre la arena, acabó por someter y acobardar en un derroche de valor. La estocada final quedó algo caída, pero esta vez el presidente no se atrevió a negarle por segunda vez lo que Del Álamo se había ganado a pulso: el aval definitivo para una merecida y rotunda salida a hombros de Las Ventas.

Otro de los toros que trocó su abanto y desentendido comportamiento en bravura fue el cuarto, fino y bajo. Con ese físico no podía fallar, y no lo hizo. Es más, a su bravo comportamiento en la muleta añadió una gran calidad por el pitón izquierdo, con el que se deslizó con entrega y profundidad tras la muleta de El Cid. El torero sevillano le cuajó un puñado de excelentes muletazos, sobre todo al natural, claro, sólo que en la faena hubo ciertos altibajos de concentración y acople que le impidieron redondear un trasteo que no llegó a alcanzar el nivel exigido por el astado.

Los otros tres toros de Alcurrucén, al revés que los dos destacados, se mantuvieron en sus trece durante toda la lidia, bien defendiéndose y punteando como el primero de El Cid, o bien moviéndose sin clase ni celo alguno como el lote del mexicano Joselito Adame, que cumplió la tarde sin suerte ni ánimo.