Ganado: Dos toros para rejones de Pallarés y Benítez Cubero (1º y 4º respectivamente), manso el primero y colaborador el otro; y cuatro en lidia ordinaria, dos de Núñez del Cuvillo (2º y 6º), uno de Garcigrande (3º) y otro de El Pilar (5º), de armónicas hechuras, cómodos de cara y manejables en distintos grados, a excepción del complejo quinto.

El rejoneador Sergio Galán, con chaquetilla azul marino: rejón (ovación); cinco pinchazos y rejón (ovación).

José Tomás, de añil y oro: estocada muy trasera, tendida y desprendida (dos orejas); bajonazo muy trasero (dos orejas); bajonazo muy trasero y tendido, y descabello (ovación); estocada (dos orejas y rabo).

En cuadrillas, Sergio Aguilar saludó en el segundo; Miguel Martín hizo lo propio en el quinto, al que agarró una buena vara Vicente González.

La plaza tuvo lleno de "no hay billetes" (12.500 espectadores) en tarde espléndida.

Javier López

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José Tomás ofreció ayer en Granada una tarde antológica, de esas que perdurarán en el recuerdo de cuántos vinieron a verle en directo, y no sólo por las seis orejas y rabo que cortó en total, sino por la exhibición dio de suavidad, pureza y verdad de su maravilloso y singular concepto del toreo. La expectación desde días antes era descomunal. No había negocio en Granada en el que no hubiera nadie que hablara de toros a cualquier hora del día. Y de él. El verdadero culpable de tanto revuelo. El que siempre se produce en cualquier ciudad del mundo donde se anuncie, la misma que se convierte por un día en la capital mundial del toreo.

Es lo que tiene José Tomás, el único torero capaz de paralizar un municipio entero, el que coloca el «no hay billetes» también en hoteles, cafeterías y restaurantes, genera un impacto económico que, en el caso de Granada, estará por encima de los 10 millones de euros, y hace que la reventa haga, asimismo, su particular agosto, con precios al alcance de muy pocos bolsillos.

Y todo por esa exclusividad que logra gracias al número tan sumamente reducido de paseíllos por temporada. Y sin televisiones. Lo que hace que el que tenga la suerte de verle en directo sea todo un privilegiado.

Además, es que no suele fallar casi nunca. Ese porcentaje tan alto de éxito es otro plus añadido para que los aficionados acudan en masa a verle, e incluso personalidades destacadas como el ministro de Fomento, José Luis Ábalos, o la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo. Así ocurrió ayer, donde firmó una actuación colosal, a la altura de la belleza y majestuosidad de una ciudad como Granada.

En sus cuatro faenas se fusionaron la solemnidad del Generalife, la suntuosidad de los jardines nazaríes, el hieratismo de los leones que salvaguardan y dan nombre al patio más famoso de la Alhambra, el encanto de su arte mudéjar, la frescura de Sierra Nevada, los aires barrocos del Sacromonte y el embrujo del Albaicín.

Federico García Lorca dijo una vez que «por el agua de Granada sólo reman los suspiros», los mismos que ayer navegaron por las venas de las 12.500 almas que abarrotaron un día más la Monumental de Frascuelo y que vibraron como pocas veces con una tarde mágica a cargo de un torero único, distinto y prodigioso como es José Tomás, capaz de crear con su capote y muleta auténticas maravillas del mundo. Su primera faena fue un pequeño aperitivo de la grandeza de este torero, que ya con el capote toreó muy despacio y ajustado tanto por verónicas como en un quite por delantales y espaldinas. Siete estatuarios sin enmendarse fue la apertura de una faena en la que la hondura al natural y la rotundidad por redondos se fusionaron para cuajar a un buen ejemplar de Cuvillo, que ya acabó desorejando.

El diestro José Tomás remata con una revolera un saludo con el capote. EFE / PEPE TORRES

Sin darse importancia / El saludo al segundo fue una oda al toreo excelso a la verónica. Caricias a cámara lenta. Cumbres. Como el quite posterior por impávidas gaoneras. El garcigrande tuvo movilidad pero había que poderlo. Y Tomás lo hizo con su izquierda, con suma naturalidad y tremenda pureza. Sin darse importancia. Colosal. Dos cambios de mano por detrás ligados a sendos naturales pararon el tiempo. De escalofrío. Faena inmensa del madrileño emborronada únicamente con un feo bajonazo. Dio igual. Otras dos orejas más. La faena al de El Pilar que hizo quinto fue un ejercicio de fe en la que tuvo que ir ahormando al astado a base de temple y mando para tratar de hacerlo romper hacia adelante en una faena esforzada y sin rúbrica con la espada.

En el sexto se emborrachó a torear de capote: Verónicas, delantales, pases por la espalda. Todo muy rotundo, reunido y, sobre todo, al ralentí. Pero es lo que vino después, en la muleta, tuvo un sentimiento, un gusto, una verdad, una rotundidad por abajo que hicieron de ella una nueva obra de arte, que tuvo el colofón de los máximos trofeos.

El rejoneador Sergio Galán anduvo sobrio y a muy buen nivel en sus dos faenas. Pudo haber tocado pelo del cuarto de haber fallado en la suerte suprema.