El novillero Ángel Jiménez protagonizó ayer un debut soñado en Madrid, no sólo por la oreja de ley que paseó del cuarto, sino también por la dimensión y el buen concepto que mostró durante toda la tarde. Ayer Madrid vio nacer a un artista, un torero de mucho futuro por las aptitudes mostradas, por esa manera de torear muy al estilo de Curro Díaz, salvando las distancias entre la larga trayectoria y la hierba que aún lleva en la boca el joven espada ecijano.

Ese sello de distinción lo desplegó en el cuarto, que lució un buen pitón derecho, y por ahí lo toreó Jiménez de maravilla, con un sentimiento, un empaque y una prestancia que hacen de él un claro candidato a engrosar las filas de los toreros de arte por la manera de descolgarse de hombros, hundir el mentón en el pecho y dar muletazos. Y eso que rozó el hule al ensayar el toreo al natural. Por ese lado el novillo no quiso nada y acabó echándoselo a los lomos, librándose de milagro de la cornada, que no de la conmoción de los tremendos golpes que se llevó. Pero eso hizo que el de Écija se creciera aún más para volver al pitón bueno y seguir toreando. Dos tandas más y una estocada al primer envite le pusieron en sus manos una oreja de ley. En su inválido primero no tuvo enemigo. No obstante, ya dejó Jiménez atisbos de sus formas.

Juanito tuvo una oportunidad de oro para destaparse, que no aprovechó, pues a sus manos fue a parar un novillo de dulce.

A la puerta de toriles se fue el Gallo a recibir a su primero, novillo noble y manejable, al que se limitó a pasarlo por uno y otro lado en un trasteo al que le faltó reunión y convicción. Y peor todavía con el desrazado quinto.