La espeluznante y gravísima cornada sufrida por el banderillero Mariano de la Viña, que entró en la enfermería con parada cardiaca, a punto estuvo de teñir de luto el final de una feria del Pilar de masiva asistencia de público.

En una corrida hasta entonces deslucida por el mal juego de los toros de Montalvo, Enrique Ponce mandó a su banderillero Mariano de la Viña parar al cuarto de la tarde, que tras su salida al ruedo se había emplazado sin llegar a tablas. El subalterno logró darle el primer capotazo pero no el segundo, pues el de Montalvo, apretando hacia chiqueros se cruzó con el torero y le prendió secamente por el pecho al tiempo que le lanzaba contra la arena. Y a partir de ahí, con creciente saña, comenzó a zarandearle con secos hachazos, hasta que, ya cerca de las tablas del tendido unole metió el pitón en el triángulo de Scarpa. Cuando cayó al suelo y pudieron, por fin, hacerle el quite, sus compañeros le levantaron, desmadejado por completo, en unos momentos angustiosos que bastaron para que De la Viña dejara un amplio reguero de sangre sobre la arena, como síntoma de la tremenda gravedad del percance. Una mancha tan alarmante que el propio matador Miguel Ángel Perera se encargó de tapar con el rastrillo cuando aún el toro merodeaba por la zona.

El banderillero entró con parada cardiaca a la enfermería, donde tuvo que se reanimado hasta en tres ocasiones, mientras llegaban bolsas de sangre suficientes para compensar una fortísima hemorragia y poder estabilizar el riego antes de la definitiva intervención a manos del doctor Val Carreres.

Pero De la Viña no fue el único herido del negro cierre de estos pilares, pues el propio Perera resultó desarmado durante el tercio de varas del sexto toro que, al hacerle hilo, le acabó propinando un puntazo en la parte trasera del muslo derecho.

Más allá de los percances, el resto de la corrida no tuvo demasiada historia, marcado todo por el descastado juego de los toros de Montalvo. Enrique Ponce pasó sin ajuste al primero, despachó pronto al cuarto, visiblemete afectado por el percance de su banderillero, e, hizo el esfuerzo de quitarse y ponerse con el sexto, después de que, tras la cornada de Perera, se creara cierta sicosis en la plaza.

El Juli manejó las telas con más suavidad ante el quinto que con el segundo, lo que aquel, también desrazado, le agradeció regalándole alguna dócil pero sosa embestida. Y Perera puso tesón con el tercero hasta arrancarle algunos largos naturales como único premio.