La cariñosa despedida de Manuel Jesús El Cid de la plaza de la Maestranza en el año de su adiós a los ruedos fue ayer el suceso más destacado de la segunda de la feria de San Miguel, en la que Enrique Ponce y Manzanares, más desdibujados, se marcharon de vacío.

El público sevillano estuvo entregado a tope con el veterano diestro de Salteras desde el primer capotazo hasta la emocionante ovación final. Sorteó un toro con posibilidades del desigual envío de Victoriano del Río. Fue el segundo, al que cuajó un ramillete de verónicas que remató con una media transformada en chicuelina. El animal mantuvo el buen aire en la brega y El Cid la fidelidad a su trayectoria más genuina citándolo de largo con la muleta en la izquierda. El toro se vino con algunas protestas en una ronda que el torero remató con un pase de pecho a pies juntos, muy vertical la planta. El trasteo también fluyó por el otro lado sin que faltara ese calor del público, pero el bicho echó el freno cuando el matador volvió al lado izquierdo. Ahí se había acabado todo y el bajonazo final no ayudó a apuntalar la petición de trofeo.

Pero la gente, y hasta la banda de música, se entregaron por completo en el último toro que iba a matar en el coso maestrante. El animal, manso y de escaso contenido, no era el más apto para una apoteosis pero los compases de la banda de Tejera acompañaron desde el primer al último muletazo de un trasteo entregado al que no le faltó ese calor constante de los tendidos.

El Cid se lució en los remates y en una encomiable actitud mientras el animal se iba a los terrenos de chiqueros. Allí lo estoqueó el matador saltereño. La petición de trofeo fue unánime. Manuel dio la vuelta, la última, llorando sin disimulo. Sus compañeros le sacaron a hombros por la puerta de cuadrillas.