GANADO: cinco toros de Las Ramblas y uno de José Cruz (4º), sustituto de uno de los titulares devuelto antirreglamentariamente por manso. El sobrero, bravo, serio y de más fino físico, y el primero, noble y manejable, fueron los únicos ejemplares factibles de un encierro manso, desclasado y de nula entrega, acorde con su desmesurado tamaño, aparatosas defensas y horrendas hechuras.

DAVID MORA: estocada (ovación); dos pinchazos, media estocada atravesada y tres descabellos (silencio tras dos avisos).

JUAN DEL ÁLAMO: estocada (ovación); estocada caída (silencio).

JOSÉ GARRIDO: dos pinchazos y estocada desprendida (silencio tras aviso); cinco pinchazos, media estocada tendida y cuatro descabellos.

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En vez de en la primera plaza del mundo y en la feria más decisiva de la temporada, la corrida que ayer soltó en Las Ventas la divisa de Las Ramblas, y que eligió la empresa, hubiera lucido más y mejor en las calles de cualquier pueblo de Levante, en uno de esos miles de festejos populares donde gustan de astados tan aparatosos como los que ayer salieron por los toriles de Madrid. De desproporcionado y desmesurado volumen -con una media de peso superior a los 600 kilos-con exageradas y descompensadas cornamentas y una lámima fea y contrahecha, los torancones no pudieron por menos que comportarse con tanta mansedumbre como la que desarrollaron. Y es que en esto del toro de lidia, las hechuras son el espejo del alma del animal.

Con esa aparatosísima estampa y con esa nula entrega para la lidia -condición que les hubiera llevado a patear el asfalto sin acusar fatiga alguna- sin duda que hubieran hecho las delicias de los miles de participantes en esos festejos de calle que representan la verdadera base popular de la tauromaquia. En cambio, una corrida de este porte se antoja absolutamente impropia para una cita y una plaza como la de Madrid, donde, sobre el papel, debería acudir lo más serio y lo más selecto de cada ganadería, aunque no resulte fácil definir esas virtudes en la ya dilatada confusión de conceptos que domina el criterio de las autoridades y los conspicuos aficionados madrileños. Pero el hecho comprobado es que la corrida, casi por obligación, resultó de una deslucida y compleja mansedumbre, hasta el punto que de nada sirvieron los esfuerzos y el firme aguante de Juan del Álamo y José Garrido en el intento improbable de sacarles partido, contando además con la dificultad que añadió a su lidia un molesto y permanente viento. Aun así, el primero de la tarde fue el único de los seis de Las Ramblas que, a pesar de sus 600 kilos y su larga viga, tuvo un comportamiento aceptable, sin gran clase pero si lo suficientemente noble y manejable como para dejar trastear con relajo a David Mora en una lidia que finalizó a mayor nivel que el del inicio y que finalizó de una muy buena estocada. Pero para que saliera un toro verdaderamente bravo el presidente tuvo que devolver, antirreglamentariamente, por manso al enlotado como cuarto, al que, claramente dado a la fuga, la cuadrilla de Mora no consiguió sacar ni un capotazo.

Aunque los reglamentistas se enfadaron, se agradeció la decisión del presidente porque el sobrero de José Cruz hizo que se vivieran los únicos momentos lucidos de la tarde, cuando el torero madrileño se fajó con mayor entrega y mando ante sus bravas embestidas, aunque los altibajos provocados por ciertas incoherencias técnicas y estéticas del matador le impidieran concretar para premio.