Ganado: Seis toros de Fuente Ymbro, bien presentados aunque de desigual remate y hechuras, que dieron también juego variado. A falta de un punto más de raza, y aunque algunos terminaron rajándose, predominó en su comportamiento una manejable nobleza, en especial en el caso de primero y sexto.

Juan José Padilla: estocada trasera tendida (vuelta al ruedo tras petición de oreja); estocada delantera.

El Cid: dos pinchazos y estocada atravesada (silencio; media estocada tendida y dos descabellos.

El Fandi: estocada baja (silencio); estocada.

Justo cuando estaban picando al primer toro ya se encendió la luz artificial de la Maestranza: el cielo, encapotado de gris, amenazaba con la lluvia que luego caería intermitentemente a lo largo de una tarde que se mantuvo oscura en lo ambiental y en lo taurino. Y no fue hasta el último turno cuando El Fandi, aprovechando la dulzura de Observador, acertó a poner algo de luz y espectáculo a un festejo que pareció por todo ello fuera de contexto de la siempre luminosa Feria de Abril. Quizá por ser el decimotercero del abono... La nobleza y las dóciles embestidas de ese toro de Fuente Ymbro se dejaron ver desde el saludo capotero del granadino, antes de que, coincidiendo con el apretón más fuerte del aguacero, se planteara un presunto duelo de quites entre el mismo Fandi y Juan José Padilla. Fandi la quitó por aparatosos faroles y caleserinas, replicó Padilla por ligeras chicuelinas y aún respondió el titular con volanderas zapopinas y una media de rodillas, con el ruedo, afortunadamente, apelmazado por el agua y sin posibilidad de que se levantara polvareda. La gente, hasta entonces comedida en su aburrimiento, despertó de entre los paraguas y aún se enervó más con un ampuloso y espectacular tercio de banderillas protagonizado por El Fandi, que, como en sus mejores tiempos, hizo alarde de facultades en todos los terrenos para juguetear y clavar los palos en el lomo del agradecido astado gaditano.

Y aún siguió la fiesta cuando tocaron a matar, porque el veterano granadino comenzó la faena en los medios con las dos rodillas en tierra, para dejar ver claramente la calidad del toro, que seguía la tela en un recorrido largo y entregado. El resto del trasteo, amenizado por la banda, estuvo salpicado de altibajos e incoherencias, entre el puñado de muletazos buenos despaciosos que merecía el toro y que acertó a darle El Fandi y otros acelerados y sin asiento, aunque manteniendo el tono efervescente que, tras una buena estocada, le sirvió a El Fandi para pasear el único trofeo de la corrida.

Otro le habían pedido antes a Juan José Padilla del primero, al que recibió con una apurada larga de rodillas a portagayola. Tuvo este castaño hechuras de bisonte, pero también una nobleza franciscana con la que el torero de Jerez se desenvolvió con comodidad y con una ligereza y vulgaridad que en realidad no ameritaron esa posible oreja que se pidió con amplia generosidad.

Entre esos dos capítulos, prólogo y epílogo, la corrida no pasó de ser un relato monótono y de nula trascendencia, pues El Cid estuvo visiblemente desconfiado ante un lote que, por lo bueno que hicieron ambos toros en los escasos momentos en que se asentó con ellos, no pareció como para justificar tantas cautelas del sevillano. Esa misma prevención aplicaron tanto Padilla como El Fandi con los otros dos ejemplares de Fuente Ymbro que completaron el sexteto, un tercero con temperamento y tendencia a rajarse y un cuarto de movimientos deescordinados al que un excesivo castigo de la muleta le hizo también a desentenderse de la pelea.