En esta semana torista de San Isidro la norma de los aficionados puristas es juzgar a favor y con notable partidismo el juego, bueno o malo, de los toros de sus divisas predilectas y minusvalorar lo que con ellos hacen los toreros, aunque tenga tanto mérito como lo realizado ayer por la terna que lidió los «dolores».

Porque salvo un par de ejemplares algo más manejables, los otros cuatro toros de la ganadería de la sierra sevillana desarrollaron visibles complicaciones derivadas de su mansedumbre y de su genio defensivo que los tres espadas solventaron con buen oficio y con notable decisión, aunque apenas se lo tuvieron en cuenta.

Por eso se protestó la oreja que Gómez del Pilar le cortó al tercero de la tarde, que premió una faena en la que aprovechó las pocas virtudes que tuvo el toro -poco más de cierta nobleza y recorrido en sus embestidas a media altura- hasta que terminó por rajarse. La cuestión es que Del Pilar le cogió pronto el aire, hasta ligarle varias series estimables en el trazo y en el pulso, pero sin poder alargar los muletazos por la falta de finales de esas arrancadas, mermadas por el poco empuje del animal en sus cuartos traseros. Con todo, fue la faena más lucida de la tarde, pero rematada de una estocada algo defectuosa que fue el agarradero para esas protestas por la concesión de una oreja a la que faltó mayo consistencia. Quizá fuera por eso mismo, por hacerle pagar el dispendio al espada local, por lo que luego no tuvieron en cuenta el mérito del pulso que mantuvo con el sexto, un toro incierto y de desabrido comportamiento con el que Del Pilar no solo no se arredró sino que se impuso con claridad, por valor, firmeza y temple. Esas mismas virtudes, más un sobrado y patente oficio, fueron las que aplicó Rafaelillo para salir indemne de su enfrentamiento ante el peor lote, que ya es decir, de la mansa corrida de Dolores Aguirre.

Su primero fue un toro cornalón y rajado que intentó siempre quitarse la muleta de delante con violentísimos cabezazos, mientras que el cuarto protestaba con guasa cada vez que el murciano intentaba evitar su descarada querencia hacia las tablas. Pero ni con uno ni con otro le llegó nunca el agua al cuello a Rafaelillo. El lote de Alberto Lamelas fue algo más potable, dentro de lo que cabe, pues el segundo, aunque se rebrincaba por falta de fuerza y acabó quedándose muy corto, al menos le dejó estar delante sin demasiados apuros. Pero lo mejor del torero de Jaén llegaría con el quinto, al que consiguió ligar dos buenas y asentadas tandas de derechazos.