Los tres toreros que hicieron ayer el paseíllo en la decimoquinta de San Isidro dieron la cara de sobra para imponerse a una dura corrida de José Escolar, cuyo peligro aumentó por las complicaciones añadidas del fuerte viento que sopló durante toda la tarde. Esta era la primera de las tres corridas consecutivas con las que se homenajea al emblemático encaste de albaserrada en el centenario de la primera corrida que lidió en Madrid. Y, a tenor de lo visto, habrá que esperar a las otras dos que se lidiarán hoy y mañana, de Victorino y Adolfo Martín.

Robleño pasó ya las de Caín con su primero, una prenda que, además de no emplearse en los primeros tercios, desarrolló en la muleta, donde midió tela y cortó una barbaridad los viajes. Menuda papeleta, agravada por el viento que hizo ingobernables los avíos. Con este panorama, la labor del madrileño consistió en probaturas y más probaturas por los dos lados, cuatro cositas sobre las piernas y numerosos pinchazos y descabellos en la suerte suprema.

El cuarto, en cambio, lo que no tuvo fue raza, sin humillar, sin querer tomarla, sin pasar y defendiéndose constantemente. Robleño hizo el esfuerzo en la querencia, aprovechando los adentros, y ahí, a base de querer y no volver la cara, le robó varios derechazos de buen porte, mostrándose en todo momento muy por encima de las circunstancias. La vuelta al ruedo que dio fue de las que valen.

Gómez del Pilar puso pronto las cartas sobre la mesa con un arriesgado saludo a portagayola, resuelto de forma airosa, a su primero, un toro desrazado, reservón y sin emplearse. El tercio de banderillas fue un sálvese quien pueda, y la faena de muleta, una esforzada porfía para justificarse sobradamente con tan apático y desabrido escolar.

A la puerta de toriles volvió a irse Del Pilar a saludar al quinto, muy ofensivo por delante y el único que de verdad tuvo alegría y prontitud para ir al caballo, aunque luego no se emplease del todo, lo que quedó corroborado en las oleadas que pegó en banderillas y lo entero que llegó a la muleta, donde pidió el carné de verdad por lo violento que fue y lo rápido que se orientó. Aquí apareció la ingratitud de Madrid con este tipo de toro. Las censuras injustas y sin sentido a un torero que, le pese a quien le pese, dio la cara.

El primero de Ángel Sánchez salió de chiqueros pegando unas oleadas de espanto y metiéndose por los dos pitones. Había que bajarle los humos en el caballo, como así fue, y era necesario un capote como Dios manda, ni más ni menos que el que lució Iván García en la brega. Cumbre. Como también lo fueron los pares de banderillas de Raúl Ruiz y Fernando Sánchez. En la muleta no valían confianzas. Quedó demostrado en una colada criminal por el derecho que a punto estuvo de mandar al hule al tercer madrileño de la terna, que, lejos de afligirse, estuvo tremendamente firme y valiente para aguantar miradas, sortear violentas tarascadas y hasta pegarle pases de muchísimo mérito.

El sexto fue menos alimaña que sus hermanos, sin embargo, no fue hacia adelante por andar muy atrancado de atrás. Sánchez volvió a estar voluntarioso, aunque esta vez su labor tuvo menos eco. Solo hubo una voz en el tendido dando gracias al ganadero, perfecta muestra de lo agrias que son estas tardes en Madrid con los que se juegan la vida.