Ganado: dos toros, despuntados para rejones, de Los Espartales, de buena presencia y de escaso juego, por falta de fondo. Y cuatro, para lidia a pie, de Domingo Hernández, sin gran seriedad en las cabezas, de finas hechuras y desiguales de volúmenes. En conjunto, aunque de medida raza, resultaron más que manejables para los toreros, en distinto grado.

Diego Ventura: medio rejón perpendicular y trasero, dos pinchazos y rejonazo trasero (ovación); pinchazo, rejonazo trasero y tres descabellos (ovación).

El Juli: pinchazo, estocada trasera y cuatro descabellos (silencio tras aviso); pinchazo hondo y tres descabellos (silencio).

Cayetano: estocada (vuelta al ruedo tras petición de oreja); pinchazo y estocada trasera (vuelta al ruedo tras leve petición).

Cuadrillas: destacó con capote y banderillas Joselito Rus.

Plaza: La Maestranza. Décimo festejo de abono de la feria de Sevilla, con lleno total en los tendidos (11.500 espectadores), en tarde ventosa.

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El diestro Cayetano Rivera paseó ayer por dos veces el anillo de la Maestranza por una actuación en la que brillaron más su buena actitud y sus intenciones que el acierto en los resultados, en una tarde de público fácil y festivo que pidió para él sendas orejas que la presidencia denegó. El cartel, que llenó la plaza por completo, aunque sin colocar el «no hay billetes» en las taquillas, era una extraña mezcolanza de atractivos: el regreso a la Maestranza del rejoneador Diego Ventura, la vuelta de El Juli tras su polémica salida a hombros de hace seis días y la presencia de un torero del tirón mediático de Cayetano.

Una rara mezcla que se tradujo también en el ganado, pues junto a la seriedad de los murubes de Los Espartales de rejones, salieron al ruedo para los de a pie cuatro domecqs de Domingo Hernández finos de hechuras, sí, pero medidos de trapío por la escasa dimensión de sus recogidos pitones. Y la mezcla, como si fuera un coctel de productos refractarios, no acabó de funcionar, aun a pesar de que el talante de un público metido en fiesta era el de jalear y orejear cualquier detalle más o menos rematado que se viera sobre la arena.

Aunque es cierto que, salvo Cayetano con su primero, los toreros de a pie y de a caballo no estuvieron certeros con los hierros de muerte, también lo es que a todas las faenas, de una u otra modalidad, les faltó concreción y mayor brillo, sin que hubiera muchos motivos para despertar el entusiasmo que la gente tenía a flor de piel.

A Diego Ventura, por ejemplo, se le notó especialmente tenso en su vuelta a la Maestranza tras su ausencia del pasado año por discrepancias con la empresa, cuando pidió un cambio de ganadería que ahora sí consiguió... sin que llegara a variar demasiado el panorama. Brusco en los cites y en la manera de atacar a sus dos toros -noble y con clase, pero justo de fuerza, el primero, y reservón y sin entrega, el cuarto- dio por ello más pasadas en falso de la cuenta, así como se embrocó con poco ajuste al clavar las banderillas. Lo mejor de las dos faenas de a caballo fue la forma en que el jinete hispano-luso llevó toreadas las reacias embestidas de ambos toros para preparar las suertes, cosidas al estribo de sus caballos, especialmente con Nazarí, ese soberbio castaño que, como el tordo Dólar, con el que banderilleó a dos manos sin cabezada, fueron los más destacados de su cuadra.

El Juli, ya en lidia ordinaria, hizo después del rejonador dos trabajos tan extensos como inconcretos con su lote, sendos toros a los que les faltó algo más de empuje y ritmo, pero que no le plantearon excesivos problemas. Entre los parones forzados por el viento que sopló toda la tarde y su visible incomodidad ante la cara de sus toros, el madrileño no llegó a concretar con ninguno. Colocado al hilo casi siempre y empujando las embestidas hacia afuera, mientras se jaleaba con la voz, El Juli hizo un esfuerzo tan aparente como infructuoso.

Tampoco llegó a redondear ninguna de sus faenas Cayetano, que toreó con suavidad con el capote, a la verónica y en quites, al que salió en tercer lugar, un castaño que siempre amagó con rajarse pero que, por ello mismo, embistió con una bonancible lentitud a sus engaños, abriéndose en cada pase. El torero dinástico se acompasó en algunos muletazos de empaque y cadencia, pero muy entreverados en un trasteo condicionado por el viento, los cambios de terreno y su propia inconcreción técnica. Una contundente y espectacular estocada al choque fue la que motivó la primera petición de oreja que el presidente no atendió.

Con la misma decidida actitud abrió Cayetano la faena al sexto sentado en el estribo de la barrera junto a la Puerta del Príncipe, para seguir luego toreando de rodillas hasta el tercio. Calentó de nuevo a un tendido deseoso de aplaudir, pero el resto del trasteo, todo en los medios, discurrió en parámetros similares al anterior: más intenciones que hechos consumados. Y la gente se fue para el ferial sin orejas que dar y que contar a los amigos.