El veterano diestro Enrique Ponce logró el mejor balance numérico de la corrida de ayer jueves en Zaragoza, después de cortarles sendas orejas a dos nobles y manejables toros de Juan Pedro Domecq, a los que toreó con una superficial habilidad que le jaleó un público amable y ya metido en fiesta.

Las faenas del valenciano no tuvieron hondura e intensidad alguna, porque ni el torero la buscó ni el tendido se la pidió. Así que, en medio de un ambiente tan propenso al aplauso, Ponce se limitó a buscar desde el primer momento la comodidad ventajista del cite y la colocación en la pala del pitón para empalmar medios muletazos de movimiento contínuo, tan aplaudidos como si fueran puros. Entre largos paseos y pausas, con una solemnidad y un reposo que no tuvo más cerca de los pitones, el valenciano parecía querer pasar por hondura lo que no dejaba de ser una simple habilidad para aliviarse sin mayor compromiso, la de un torero maduro que sabe envolver en papel de regalo hasta faenas tan insustanciales como las que instrumentó en un coso de la importancia de Zaragoza.

Y si noble y fácil fue el primer toro de la tarde, aún lo fue más el cuarto, que no le planteó ni uno solo problema mientras le pasaba de muleta de manera despegada y ligera, en un trasteo dilatado y vistoso, de fácil consumo, que el de Chiva remató con pases en redondo de alardeada maestría. Cobró Ponce una estocada corta y desprendida aguantando en el encuentro y la plaza, sin mayores exigencias, se volcó en la petición de una segunda oreja que, con buen criterio, no quiso conceder la presidencia para poner las cosas en su sitio, por mucho que el torero no dejara de gestualizar tan indignado como si le hubieran negado el triunfo de su vida.

Otra oreja cortó también el toledano Álvaro Lorenzo, que, ante un lote más apagado e insulso, hizo por momentos el toreo más consistente de la tarde. Supo así equilibrar y sostener a su flojo primero para, finalmente, redondear el trabajo con unos ajustados alardes por bernadinas sin ayuda de la espada y unas luquecinas que calentaron el propenso ambiente para la concesión del trofeo. En el mismo son, también le sacó Lorenzo muletazos estimables al sexto, el de más volumen de la corrida, mostrándose muy por encima de la sosa nobleza del animal, aunque con el error de alargar en exceso una faena que acabó yendo a menos en intensidad.

El único que se fue de vacío en tarde de orejas en oferta fue Cayetano, tras dos faenas tan empeñosas y aseadas como planas, sin llegar a remontar la sosa nobleza de dos juanpedros de muy escaso fondo.