Ganado: seis toros de Puerto de San Lorenzo, voluminosos y largos de esqueleto, pero de desiguales hechuras y cuajo. En cuanto a juego, hubo tres de clara nobleza y mayor o menor calidad, especialmente el cuarto, y otros tres desrazados y rajados en el último tercio.

Paco Ureña: estocada (silencio); estocada delantera (oreja).

Román: estocada trasera caída (oreja); estocada atravesada y descabello (silencio).

José Garrido: estocada baja y dos descabellos (silencio); estocada caída (silencio).

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La cornada menos grave sufrida por el diestro murciano Paco Ureña, premiado tras ello con una solitaria oreja -igual que su compañero Román- fue el hecho más destacable de la primera corrida de toros de los Sanfermines, en la que se lidiaron tres notables ejemplares de la divisa del Puerto de San Lorenzo. El percance fue decisivo para que se pidiera con más fuerza esa oreja para Ureña, después de una faena en la que no acabó de apurar la excelente condición del que fue el toro más destacado de la voluminosa y seria corrida salmantina. A pesar de sus 625 kilos, ese cuarto astado salió ya repitiendo sus humilladas embestidas al capote del torero de Murcia, y no dejaría de hacerlo hasta el final, cuando, al tiempo que entraba la espada, corneó a su matador a la altura de la rodilla derecha, produciéndole una visible y abundante hemorragia.

Ureña aguantó así durante largo rato en el ruedo hasta verle caer, poniéndole un épico final a un trasteo que abrió de rodillas para centrar la atención del público en plena merienda, para luego alargarlo con docenas de pases de muy desigual nivel, a pesar de que el toro, pronto, fácil y claro, le regaló siempre sus entregadas y repetidas arrancadas. Aun así, los salpicados momentos de hondura y temple y, finalmente, el impacto emocional de la cornada motivaron la concesión de la segunda oreja de la tarde, una vez que Ureña tampoco había concretado con un primero que amagó con rajarse pero que acabó resultando más que manejable. El alcalde Joseba Asirón, que ayer, día de San Fermín, presidió la corrida con chistera y chaqué y se llevó una sonora pitada por sus recientes declaraciones sobre la tauromaquia, y aún concedió otra oreja más, que fue para Román del primero de su lote, otro de los buenos toros de la corrida. Tras un saludo con dos largas cambiadas de rodillas, en la lidia de este toro se vivieron algunos de los instantes de más brillo de la tarde, justo cuando José Garrido aprovechó el turno de quites para cuajarle a este buen toro un airoso manojo de chicuelinas y Román le replicó con apuradas saltilleras y gaoneras con el capote a la espalda. Igual de animoso, de rodillas inició también el valenciano la faena de muleta, sin que el de Puerto de San Lorenzo perdiera un ápice de nobleza ni de claridad en una veintena de arrancadas que, antes de que llegaran a apagarse, su lidiador movió con pulcritud formal pero sin apostar lo suficiente para cuajarlas, antes de cerrar con unas bernadinas efectistas que alentaron la amable concesión del trofeo.

El resto de la corrida estuvo condicionado por la falta de raza de los otros tres toros, que o bien se aplomaron sin remedio, como el segundo de Román, o se rajaron desentendidos camino de tablas, que fue el caso del lote de José Garrido, quien, por mucho empeño que puso al asunto, incluso siendo volteado al entrar a matar al sexto, no pudo sacar de donde no había.