Pozoblanco contó siempre con una tan nutrida como selecta y exigente afición a los toros. Su plaza fue inaugurada el 25 de agosto de 1912 con la actuación de los espadas Fermín Muñoz Corchaíto , de El Viso de los Pedroches, y el sevillano Curro Martín Vázquez, este último en sustitución de Manuel Rodríguez Manolete (padre), que había sufrido un percance el día anterior en Bilbao. Lidiaron ganado de la viuda de Soler.

Tres espectáculos se celebraron aquel año en septiembre. El primero de ellos, el día 25, fue una corrida mixta con dos toros y cuatro novillos de la vacada cordobesa de Antonio Guerra. Los dos primeros corrieron a cargo del espada malagueño Paco Madrid y los cuatro restantes fueron lidiados por los novilleros cordobeses Manuel Rodríguez Mojino y Enrique Ruiz Machaquito II . El día 26 se dio otra corrida mixta con ganado de Francisco Páez, también de Córdoba, para el diestro Paco Madrid y los novilleros cordobeses Mojino y Francisco González Patatero . Y finalizó el ciclo el día 27 con una novillada sin picadores, en la que con becerros de Ramón Lara actuaron los noveles Fermín Muñoz Corchaíto (hijo) y José Rodríguez Bebe Chico .

Desde aquel ya lejano año de 1912 al actual todos los toreros más prestigiosos desfilaron por la plaza de Pozoblanco, desde Juan Belmonte a El Cordobés, excepción hecha de Manolete, que estuvo en una ocasión anunciado, cuando aún era novillero, y no pudo actuar por suspensión del festejo.

LA MUERTE DE PAQUIRRI

Pero podemos afirmar que el coso de Pozoblanco no cobró proyección histórica hasta que el 26 de septiembre de 1984 ocurrió la mortal cogida del matador de toros Francisco Rivera Pérez Paquirri por un astado de la ganadería de Sayalero y Bandrés, llamado Avispado , en tarde en que completaban la terna de matadores los diestros José Cubero Yiyo y Vicente Ruiz El Soro . Desde aquel preciso momento ganó mucho en importancia la feria taurina de Pozoblanco y su coso pasó a formar parte de los llamados históricos.

Pozoblanco, desde aquella fecha trágica --ahora se cumplen los 19 años--, ha pasado a la historia del toreo y los aficionados acuden, año tras año, para presenciar los espectáculos taurinos que se organizan por estas fechas y que, por la misma razón, se han incrementado.

PARA LA HISTORIA

Quede, pues, nuestro recuerdo para el buen torero de Zahara de los Atunes antes de ocuparnos de otros temas más optimistas. Hablemos, por ejemplo, del tema económico o, lo que es igual, de lo que va de ayer a hoy. Merced a los buenos oficios de un gran aficionado y excelente amigo, ha llegado hasta nosotros un documento elocuente cuya lectura puede mover a risa o meditación en los tiempos actuales. Y conste que no vamos a referirnos a un siglo atrás, sino a 50 años mal contados. Concretamente a 1945.

Según el referido documento, aquel año se organizó la feria de Pozoblanco a base de dos espectáculos. Una corrida de toros el 25 de septiembre, en la que se lidiaron siete ejemplares del Duque de Pinohermoso, uno a caballo por Conchita Cintrón y los restantes por los diestros Pepe Luis Vázquez, Luis Miguel Dominguín y Pepín Martín Vázquez. Y el día 27 hubo novillada, con ganado de Zaballos para los sevillanos Manolo González y Manolo Navarro y Joselito Montero, que aunque no nacido en Pozoblanco se le consideraba como tal, ya que pertenecía a la dinastía torera que fundara su padre, Eduardo Montero Muñoz.

Pero vamos a referirnos a lo que costó la organización de la corrida de toros, según el curioso documento referido. Sumaron los gastos 216.182,45 pesetas. Ni más ni menos. ¿Saben ustedes lo que cobraron los toreros? Pues Conchita Cintrón 27.150 pesetas. E igual cantidad los matadores Pepe Luis y Luis Miguel. Sin embargo, cosa curiosa, Pepín Martín Vázquez les superó en emolumentos. Percibió la cantidad de 35.150 pesetas.

En tal relación existen detalles dignos de subrayarse. Por ejemplo: se consigna la suma de 1.500 pesetas para abonar los sueldos a la cuadrilla de la rejoneadora, y el sobresaliente, el novillero madrileño Pepe Alcántara, percibió 750 pesetas. Pero es más, es que por los siete toros se le abonó al duque de Pinohermoso la suma de 63.500 pesetas, mientras por devolver los siete cajones a Villaverde Bajo se pagaron 260,70 pesetas y los mayorales cobraron 1.603 pesetas.

De la prolija relación de recibos que se cita, destaquemos, como curiosidad, que se abonó por el piso de plaza la cantidad de 4.000 pesetas; la empresa de caballos cobró 7.250 pesetas, y por los servicios de banderillas y divisas se pagaron 150 pesetas.

Los ingresos por taquilla fueron 285.520 pesetas. Se vendieron 29 palcos a 480 pesetas; 1.021 localidades de sombra a 60 pesetas y 3.049 de sol a 30 pesetas. Las carnes de los toros arrojaron 1.415 kilos que fueron vendidos a razón de 10 pesetas el kilo. Y todavía quedó alguna ganancia en aquella corrida.

FINAL ANECDOTICO

Conservamos gratos recuerdos de Pozoblanco y de su feria taurina. Pero uno de ellos no se nos olvidará tan fácilmente.

El 27 de septiembre de 1960 se celebraba una novillada que había despertado inusitado interés. En el cartel, el rejoneador Alvaro Domecq Romero y los diestros Rafael Montero Rafaelete , Baldomero Martín Terremoto y Manuel Benítez El Cordobés con novillos de Escudero Calvo.

Aquella mañana, el alcalde, el abogado Luis García Tirado, nos invitó a acompañarle en la presidencia del festejo en calidad de asesor. Como existía un gran ambiente y se presagiaba un lleno de auténtico reventón, nos fuimos temprano a la plaza y pudimos acceder por las escalerillas al palco presidencial. El alcalde, que llegó con la hora justa, tuvo que llegar al palco desde la barrera, a través del tendido, izado por los espectadores.

El lleno en el coso era tal que incluso la banda de música se vio imposibilitada de ocupar sus habituales escaños. Se acabó el billetaje, pero el público siguió accediendo a la plaza mediante la entrega a los porteros del importe de la entrada. Cientos de personas sin distinción de sexo ni de edad se apretujaban en el callejón. El alcalde, nervioso, no ocultaba su temor de que pudiera producirse algún suceso desagradable. Faltaban varios minutos para la hora fijada para el comienzo de la corrida y le dijimos: "No esperemos más, vamos a empezar y cuando el público se divierta, verá como no pasa absolutamente nada". "Llevas razón --nos respondió al tiempo que ondeaba el albo pañuelo--. Vamos a empezar, pero ¡recemos un Padre Nuestro!".

Después, la autoridad sancionó fuertemente a la irresponsable empresa. Porque el temor del alcalde era totalmente justificado. No pasó nada, por fortuna. Pero pudo pasar algo irreparable. Palabra de honor que a quienes presidimos aquella corrida no nos llegó la camisa al cuerpo hasta que no se arrastró el último novillo.