Ganado: toros de Valdefresno, muy desiguales de presentación, sin raza y complicados. La excepción fue el tercero, encastado y con transmisión.

Eugenio de Mora: casi entera trasera y atravesada (silencio tras aviso); casi entera tendida y caída (silencio); y seis pinchazos, medida trasera y atravesada, y dos descabellos (silencio tras aviso en el que mató por Caballero).

Gonzalo Caballero: estocada (oreja que recogió la cuadrilla en el único que mató).

Jesús Enrique Colombo: estocada (oreja tras aviso); pinchazo entrando sin muleta y estocada perpendicular con derrame (vuelta al ruedo tras fuerte petición de oreja).

Incidencias: Caballero fue intervenido de una cornada de dos trayectorias que secciona la vena femoral, de pronóstico «muy grave».

La fortísima cornada que sufrió Gonzalo Caballero este sábado en Las Ventas marcó una tarde en la que se pasó de la congoja al triunfalismo más absoluto en cuestión de minutos, de ahí la explicación a la oreja que cortó el venezolano Jesús Enrique Colombo, que todavía estuvo a punto de abrir la Puerta Grande.

Y es que el valor que posee Caballero a veces roza la temeridad. Porque es verdad que pisa unos terrenos muy comprometidos, que su toreo no entiende de mentiras, pero también hay que reconocer que en muchas ocasiones atropella la razón, quizás en ese ahínco de demostrar que está dispuesto a morir por su profesión, por alcanzar el sueño de llegar donde muy pocos llegan. En San Isidro ya cayó herido al entrar con la espada «a matar o morir». Ayer, por desgracia, se repitió la secuencia. Y es que después de una faena en la que se mostró firme a carta cabal con un toro bruto, sin clase y sin finales, Caballero se tiró a matar otra vez volcándose sobre el morrillo y sin salirse de la suerte, enterrando el acero en lo alto pero quedando también colgado por un pitón.

El tabaco era otra vez de escalofrío. La hemorragia lo cantó enseguida. Y la cara de dolor del torero mientras trataba de taponar la herida hasta que llegaron las cuadrillas para llevarlo a toda prisa a la cama del quirófano donde le esperaba el doctor Padrós, al que, precisamente, Caballero había brindado su faena. A todo esto, entre la congoja del percance y el espadazo que había agarrado, la gente se animó a pedirle una oreja que el palco concedió.

De Colombo hay que reconocer que tiene unas facultades envidiables y una frescura también notable. Pero a su toreo le falta reposo a raudales, más sosiego y menos alharacas. Quedó demostrado en su encastado primero, al que banderilleó de forma espectacular pero casi siempre a toro pasado, y al que no atemperó después en una faena de muleta a doble velocidad, de esas de muchos pases y poco poso, y en la que verdadero ritmo lo puso el valdefresno. La estocada, eso sí, fue de manual.

El quinto le pegó un volteretón espantoso en el tercer par de banderillas. Colombo se confió y, a la hora de quebrar, fue arrollado, cayendo sobre el cuello y llevándose después golpes por todos los lados cuando el animal hizo por él en el suelo. Desmadejado por completo, parecía que iba a correr la misma suerte que Caballero. Pero no, volvió el venezolano a la carga para tratar de redondear la Puerta Grande.

La gente estaba ya a favor de obra. Pero el toro no. Su absoluta falta de raza hizo que no se entregara, parándose a las primeras de cambio, dilapidando el esfuerzo que hizo Colombo, que, visiblemente dolorido, acabó metiéndose entre los pitones en un final de alto voltaje, bernadinas incluidas y con un primer envite con la espada entrando sin muleta.

A la segunda sí entró el acero, despertando la locura total en los tendidos pero el palco no concedió el trofeo.

Eugenio de Mora pasó de puntillas. No tuvo lote propicio, pues su primero se rajó antes del primero muletazo, el cuarto no tuvo nada de clase, y el que mató por Caballero en sexto lugar no dijo absolutamente nada.