Emilio de Justo y Manuel Jesús El Cid ofrecieron ayer una gran tarde en Santander al abrir ambos la Puerta Grande del coso de Cuatro Caminos, aunque fue el segundo el que protagonizó los pasajes más emotivos al desorejar a un buen Timonero, el toro con el que se dijo adiós a la afición cántabra. El Cid se dio el gusto de ligar las series por ambos lados. Más claro el viaje y más rotundos los muletazos diestros. De trazo curvo y templado ritmo. Hasta que empezó a confiarse y dejársela puesta con su mejor mano, la zurda, evocando los recuerdos del mejor Cid. Media estocada bastó y el palco puso el final feliz con la concesión de las dos orejas.

Emilio de Justo tapó los defectos del toro con su empaque, su aroma y su toreo ligado en redondo, abrochado con los de pecho rematados en la hombrera contraria. Colosales. Incluso a izquierdas, por donde se quedaba corto, le enganchó con los vuelos en sutiles toques que murieron detrás de la cadera. Se fue tras la espada despacio y en rectitud a cambio de un pitonazo en la ingle derecha. Oreja de ley. Nuevamente volvió a componer auténticas pinturas pasándose al sexto por la faja. Al natural venía haciendo hilo y ni los oportunos toques le libraron de una fuerte voltereta. Se volcó sobre el morrillo y amarró la oreja que le abría la puerta grande.

Curro Díaz nada pudo con el inválido primero. En el otro fue esparciendo perlas por el polvoriento ruedo en forma de derechazos muy enhiesto, con su calambre artístico. Insuficiente para reventar la tarde esa salida mirando a los tendidos del cárdeno de La Quinta. Le pidieron la oreja con timidez.