Ganado: toros de Valdellán, bien presentados y de juego desigual. Destacó sobremanera el tercero, un toro bravo, con fondo y mucha emotividad. Bueno también fue el quinto. El sexto, aun sin humillar y con poquito celo, dejó estar; muy manso el primero; con guasa, el segundo; y sin clase y muy pegajoso, el cuarto.

Fernando Robleño: estocada en la yema (palmas); buena estocada (ovación).

Iván Vicente: dos pinchazos y casi entera atravesada (silencio); y estocada (silencio).

Cristian Escribano: tres pinchazos, otro hondo muy caído y estocada baja (pitos tras dos avisos); media desprendida (silencio).

Cuadrillas: Jesús Alonso saludó tras banderillear al tercero, al que bregó muy bien Raúl Cervantes y picó con solvencia Francisco Navarrete. También fueron buenas las lidias de Joselito Rus y José Chacón al segundo y quinto, respectivamente. Adrián Navarrete destacó en la suerte de varas al sexto, en el que saludaron con los palos Raúl Cervantes e Ignacio Martín.

Plaza: Las Ventas (Madrid). Más de media entrada (13.988 espectadores, según la empresa) en tarde fresca y con viento.

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La emoción de la vigésimo novena de San Isidro llegó con un bravísimo toro de Valdellán, un ejemplar para el recuerdo con el que Cristian Escribano no pudo, y que fue el punto álgido de una corrida con muchos matices, en la que Fernando Robleño dio la cara con el peor lote e Iván Vicente estuvo ausente.

Carasucia se llamó ese bravo santacoloma, que tuvo un ritmo, un fondo y una emotividad en las embestidas extraordinarias. Ya en los capotes apuntó su buena condición, y Escribano le pegó cuatro lapas a la verónica que despertaron los primeros olés de la tarde. En varas fue clave lo bien que lo dosificó Navarrete, como también fue crucial el buen capote que lució Cervantes en la brega. Pero en la muleta fue donde Carasucia exhibió su torrente de casta, galopando con transmisión, queriéndola tomar por abajo, con mucho motor. Un toro muy exigente, de los que ponen a prueba de verdad y vende cara su vida.

Muchos pensarán qué buena suerte tuvo Escribano. Pero no. Y no la tuvo, no porque se le viera incapaz de poder con él, sino por el fuerte viento que, justo en ese momento, empezó a soplar, convirtiéndose en un enemigo añadido. Como si no tuviera suficiente con ese vendaval de desbordante bravura que ya tenía delante. El caso fue que, entre unas cosas y otras, la faena fue más un acto de fe que otra cosa. Aunque en el recuerdo lo que queda fue la emoción que regaló a los aficionados Carasucia, un toro cumbre y que pudo y debió ser premiado con la vuelta al ruedo. La gran ovación que recibió en el arrastre contrastó con los pitos que recibió Escribano, que también pasó las de Caín para acabar con él.

El sexto, aun sin humillar del todo y aburriéndose también a mitad del muletazo, fue de los que dejó estar. A Escribano le pesaba todavía lo del toro anterior, de ahí que aquello no tomara vuelo.

Los caminos de Robleño y Valdellán volvían a encontrarse después de que el año pasado el madrileño y el toro Navarro firmaran unas de las obras más emocionantes de la temporada en Madrid. Pero esta vez no fue igual.

Su primero estuvo en las antípodas de aquel fiero santacoloma. Un toro que tuvo todos los defectos propios de la mansedumbre; abanto y distraído de salida, huido en el caballo, escarbón, esperó en banderillas, y buscó las tablas a la mínima en el último tercio. Así y todo, Robleño estuvo muy fácil con él, en una labor de buen oficio y rubricada de un soberbio espadazo. El cuarto fue un animal muy pegajoso, sin clase y muy informal, con el que Robleño batalló en una sorda, laboriosa y meritoria porfía, rematada nuevamente de forma imperial con la tizona.

Iván Vicente sudó tinta con su primero, que tuvo guasa y malas ideas para parar un tren. Un toro que en los primeros tercios radiografíó todo lo que se movía en el callejón y que desarrolló sentido en la muleta. El quinto, sin llegar a ser lo de Carasucia, fue el otro toro bueno de la tarde, y Vicente estuvo con demasiadas precauciones en una labor plana y gris.