Llegaba uno a Los Califas y se encontraba con la queja de los animalistas. No muchos, un par de docenas que ejercían su legítimo derecho a la protesta, pero suficientes para que algún intransigente les insultara. Eso sí, por lo bajini. «¿Qué haces aquí, que no estás en el fútbol? Esto no es lo tuyo, ¿no?», me preguntaba uno. Pues eso, que hay lugar para todas las opiniones, siempre que se emitan con respeto y no como se hacen ante un ordenador y amparado en la masa o, peor, en el anonimato. Toreaba Morante de la Puebla a su primero y un espectador, posiblemente acostumbrado a lo del ordenador, se le ocurrió emitir su queja por lo que entendía, como la mayoría, una mala actuación del sevillano. Y le insultó. Sonó especialmente feo en el silencio de la plaza y quizás esperaba que otros encendieran las antorchas, como suele ser en la vida digital. Pero no. Algunos se lo reprocharon, aunque más llamativo aún fue verle, minutos después, sacando el pañuelo para que le dieran la segunda oreja al triunfador de la tarde de ayer. Del insulto reprobable y reprobado a la desmesura halagadora. Definitivamente, como en cualquier red social.

Sorprendentemente, no había tanta previa de fútbol como se podía esperar en un principio. La gente no parecía comentar tanto las alineaciones titulares, e incluso esperaron y jalearon la vuelta al ruedo y salida a hombros de Morante. De hecho, durante la tarde estuvo atenta a lo que ocurría en el albero, especialmente con Finito, que lo hizo todo despacio, con belleza y los asistentes se lo supieron agradecer. Menos uno. La bronca al presidente por no concederle el segundo premio en el primero de sus oponentes contrastó con la velocidad con la que sacó los dos pañuelos para Morante.

Pero en la particular red social de Los Califas había sitio para otra decisión de la masa. En el segundo de Finito se levantó Joselito. Sentado solo a media altura del 6 y en el silencio de la plaza, le echó un cante al cordobés en mitad de su faena. Alguna risa, algún pito, alguna palma... Tampoco hubo antorchas ni adhesiones inquebrantables. Eso sí, como fue breve, la gente le cerró el cante con una pequeña ovación. Joselito, bético, se vino arriba. En el toro del triunfo de Morante volvió a levantarse, con su melena justo a los hombros, su sombrero, ambas muñecas llenas de pulseras de todos los colores y volvió a lanzarle un cante al sevillano. Y hubo decisión unánime para un buen gesto. Unas palmas que no llegaron a ovación cerrada, pero sí abarcaban la comprensión a lo que hacía el improvisado acompañante de los maestros. Alguno, en su asiento, comentaba con cariñosa sonrisa que igual habría que poner en las plazas de toros el mismo cartel que en las antiguas tabernas: «Se prohíbe el cante». En cualquier caso, el coso cordobés dejó claro que nada tiene que ver la vida virtual, la de las redes sociales llenas de desconocidos y dispuestos al insulto y a la antocha, con la vida real. Los Califas es su propia red social.