Cinco toros de Adolfo Martín, de desiguales hechuras, volúmenes y remates, astifinos en sus también variadas arboladuras, y muy deslucidos en conjunto. A la corrida le faltó sobre todo casta y fuerzas, con alguno, como el primero, que directamente desarrolló aviesas intenciones. El quinto fue un sobrero del Conde de Mayalde, basto, blando y sin clase.

Alejandro Talavante, de verde oliva y oro: pinchazo, y media tendida y caída (silencio); y dos pinchazos, otro hondo y tres descabellos (pitos).

Álvaro Lorenzo, de grana y oro: estocada ligeramente desprendida y atravesada, y diez descabellos (silencio tras aviso); y dos pinchazos y ocho descabellos (silencio tras dos avisos).

Luis David Adame, de azul marino y oro: estocada muy abajo que hace guardia y estocada desprendida (silencio); y tres pinchazos y ocho descabellos (silencio tras aviso).

En cuadrillas, Sergio Aguilar, que clavó dos pares soberbios, saludó en el segundo junto al tercero, Alberto Zayas.

La plaza prácticamente se llenó, con 23.018 espectadores según la empresa.

El muy deslucido envío que echó ayer el ganadero Adolfo Martín en Las Ventas, totalmente vacío de casta, entre otras carencias, condicionó otra tarde decepcionante y plúmbea a pesar del gran ambiente en los tendidos, que padecieron también con las desangeladas y frustrantes actuaciones de los tres toreros. Porque ni Talavante, que hacía su segundo y último paseíllo en otoño, ni los jóvenes Lorenzo y Luis Adame contribuyeron para salvar un espectáculo plúmbeo y desesperante por momentos. Pero quede dicho que los grandes culpables de tan horrorosa tarde fueron los albaserradas de Adolfo Martín, que, lejos de hacer resurgir su predicamento en una plaza donde siempre se les espera con ilusión, han agolpado una piedra más en su cada vez más inestable y cuestionado prestigio. La apuesta de Talavante con su primero quedó resumida únicamente en el saludo a portagayola. No hubo más. El toro, muy reservón en los primeros tercios, lanzó por los aires a Juan José Trujillo al arrollarle cuando el de plata trataba de recuperarse de un tropezón. En la muleta se lo pensaba una barbaridad, esperando y topando en la franela de un Talavante que tampoco pudo meterse demasiado en harina con semejante prenda. La suerte tampoco le acompañó con el cuarto. Y a Talavante, que se puso breve y vanamente con él, no le quedó otra que volver a «tomar las de Villadiego», algo coherente aunque a algunos no le sentara del todo bien.

Lorenzo no acabó de salir de detrás de la mata con un segundo noblote, que aparentemente no se comía a nadie, aunque le faltara codicia, humillación y finales en sus embestidas. El torero, que abusó del hilo del pitón, anduvo también demasiado encimista, sin encontrarle el sitio ni el pulso casi en ningún momento. Solamente lo consiguió en un par de tandas al natural, que fue cuando el toledano acertó a engancharle con los vuelos, pero el conjunto no llegó a despegar precisamente por tantas desigualdades, la última, el mal uso del descabello. El quinto fue un sobrero del Conde de Mayalde de aspecto bueyuno, que, como tal, no tuvo casta alguna para presentar afrenta a un Lorenzo tan voluntarioso como discreto en lo artístico. Y muy mal con los aceros.

El primero de Luis David fue un toro de una excelsa calidad. Lástima que no tuviera ni un ápice de fuerza para desarrollarla, pues se veía la intención de coger los chismes por abajo, con el hocico acariciando el albero, pero su extrema blandura y lo mucho que se agarró al piso lo condicionó todo. El mexicano anduvo tan insistente que al final acabó aburriendo.

El sexto se vino abajo enseguida y el mediano de los hermanos Adame volvió intentarlo pero nuevamente sin poder sacar nada en claro en un trasteo que, al igual que el anterior, no tuvo oportuna rúbrica con la tizona.