Como máximo accionista y presidente, el principal responsable de la actual situación del Córdoba no es otro que Jesús León López. En el Córdoba hace ya más de una década que desaparecieron las soluciones a una mala gestión vía inyección económica para taparlas. El actual máximo accionista, su antecesor e incluso Prasa, en su última etapa en el club, descartaron la inversión económica en la entidad blanquiverde que, se avisaba, debía subsistir por sus propios medios. No sería nada fácil en un club y un entorno acostumbrados durante décadas a que presidentes o máximos accionistas reequilibraran cuentas constantemente a pérdidas, por lo que la gestión de la miseria o tras errores en la administración se hace preocupante. Y no porque sea la primera vez que ocurre. Evidentemente, tomar un club en verano dista mucho de hacerlo en enero, tanto por razones económicas como, sobre todo, deportivas, que también van unidas a las monetarias. Por lo tanto, siendo Jesús León el máximo responsable de la actual situación, el origen hay que buscarlo en una situación previa más que delicada agravada con decisiones tomadas en los últimos meses.

En realidad, al Córdoba ya le correspondía el penúltimo o antepenúltimo límite salarial deportivo al inicio de la temporada 2017/18, en torno a los 4,5 millones de euros, equiparables a los del Reus, Nástic o Numancia y solo superando al del Lorca. Aquella operación legal, aplicando el propio reglamento de LaLiga, por el que aumentaba dicho límite en 1,2 millones de euros en base a la media de ventas de jugadores de los tres últimos años elevó dicho límite hasta los 5,7-5,9 millones de euros. Con una salvedad: antes del 31 de enero del 2018 el Córdoba debía vender jugadores por esos 1,2 millones, ya que en caso contrario no solo sería expedientado por la patronal, sino que tendría serias consecuencias para el límite de la 2018/19. Pero el plan, luego se vio claramente, era no estar en el club para el 31 de enero del 2018. El caramelo de 9,5 millones de euros endosado por Carlos González y sin inversión económica, tanto del madrileño en los últimos años como del montoreño, solo tenía una salida: regatear la realidad y cruzar los dedos.

ANTECEDENTES / PATADA HACIA ADELANTE

Como si de un túnel del tiempo se tratara, el Córdoba vive en marzo del 2019 lo que, por lógica, le correspondía haber vivido en marzo del 2018. Entonces, la entidad blanquiverde vivía una nueva etapa con el cambio de titularidad experimentado apenas un mes y medio antes. La mayoría de los seguidores daban por hecho que el conjunto blanquiverde estaba en Segunda B, que el anterior propietario había sometido al club a una paulatina descapitalización en todas sus vertientes y que el entrante se movía entre la ilusa ignorancia y el loco atrevimiento. El notable cambio experimentado en la plantilla en la última semana de aquel enero del 2018 y los días siguientes dejaba algo más que sospechas de que hubo movimientos nada claros ni reglados por LaLiga, más allá del coste económico que supondría a futuro.

Aquella transacción en enero, con el equipo a diez puntos de la salvación, con el límite salarial sobrepasado en 1,2 millones de euros, con una deuda en el entorno de los dos millones y con una plantilla con grandes carencias tenía toda la pinta de ser una derivación del enfermo con la intención de no certificar su muerte para que fuera otro el que desconectara el respirador mecánico. La nueva propiedad, acompañada de un chamán -capa incluida- de los que acaparan fieles entre los desesperados, pero muchas críticas en el ortodoxo mundo de las reglas y normas a cumplir, consiguió una salvación milagrosa. Pero hubo algo más que milagros. En verano se comprobó. Hay que repetirlo una vez más: el máximo responsable de la situación del Córdoba tiene nombre y apellidos, Jesús León López, y diferentes causantes, entre ellos el propio montoreño, pero endilgarle en exclusiva toda la culpa de lo que está ocurriendo en la entidad blanquiverde es pasar por alto lo ocurrido en el último año y medio. Circunscribirlo a los últimos cinco meses solo denota una mira muy corta o unos intereses muy concretos, algunos de ellos, con nombres y apellidos. Y no solo en una zona lejana de Madrid, que también, sino más cerca, mucho más cerca.

MAL COMUNICADO / NO SE TRASLADÓ BIEN

Antes de pasar a las consecuencias de todo lo anterior y sufridas el pasado verano, el primer error de León y sus asesores fue la incapacidad a la hora de transmitir el momento tan delicado que vivía el equipo. No solo el club, también el equipo. LaLiga planteó algo parecido a un descenso encubierto, al obligar a no sobrepasar las 18 fichas profesionales y permitir alguna más de sub 23, pero sin maniobrabilidad económica por incapacidad del propio León. El club tuvo que pelearse con no pocos jugadores para que se mantuvieran en el plantel. Un caso fue público y notorio, lo que influyó incluso en el propio vestuario, pero fue el más frentista de esos jugadores que pretendían salir.

Así, el Córdoba no solo tenía el límite salarial más bajo de la categoría y un tope de 18 profesionales, sino que debía quedarse con los que estaban, algunos de los cuales habían recibido semanas antes la insinuación por parte de la entidad blanquiverde de que no se contaba con ellos. Y todo eso, el Córdoba, no supo comunicarlo. No supo trasladar la delicada situación que se vivía y que se debía padecer durante toda la temporada, por lo que se tiró hacia adelante «con muchos de los que habían logrado la salvación». Se debió añadir, entonces, «algunos de los cuales les dijimos hace unas semanas que no contábamos con ellos, que se quieren ir y ahora les hemos dicho que se tienen que quedar no porque los queramos, sino porque no tenemos más remedio». Si hacia fuera lo trasladó mal, hacia dentro fue peor. Así, el entorno percibió solo una temporada con dificultades -como si eso fuera novedad para la afición-, pero no de emergencia, que era la realidad. Solo siete fichajes llegaron en verano, cinco de ellos por debajo de los 24 años, todos ellos por el mínimo interprofesional prácticamente y de los siete, uno llegado de la mano de la dirección general, lo cual merece capítulo aparte. La preparación física del equipo, tanto por la configuración en edades como por el cambio de entrenador a pocas semanas del inicio de la temporada, se vio resentida seriamente. Y se comprobó desde las primeras semanas de Liga.

CONSECUENCIAS / CONTRA UNOS Y OTROS

Si Carlos González tuvo una especie de oposición hay que reconocerle a León que intentó sumársela. El montoreño parecía, desde el mismo día de su presentación oficial, que lograría que aquellos críticos con González se unirían a él. Pero otro punto de ilusión para el montoreño fue creer que se unirían tan solo por ser contrarios al madrileño. Conforme fue diciendo «no» a peticiones que también recibieron la negativa por parte de su antecesor, enseguida comenzó el runrún de igualar a uno y a otro. Y sí, para ellos son iguales. Obvio. Otra cosa es el aprovechamiento que de ese encontronazo progresivo ha hecho el propio González, siempre atento a aprovechar hasta la más pequeña ocasión para ponerla a favor de sus propios intereses. Y González, como El Cid, sí que ha ganado después de muerto en algo: por fin le reconocen los éxitos deportivos que nunca le admitieron en vida. De hecho, hasta hace un año casi no se podía decir públicamente sin sufrir a los preservadores de lo auténtico, a los garantes de la verdad, con ellos o contra ellos. Hoy, por comparación, González ha dado un paso mágico hacia la redención. El túnel del que se hablaba unas líneas arriba sobre la situación del equipo, de marzo del 2018 a marzo del 2019, no ha afectado a todos, desde luego.

SEGUNDA OPORTUNIDAD / EN ENERO, TAMPOCO

Si el error de enero del 2018, jaleado por no pocos en su momento, fue notable, el de la venta de Sergi Guardiola no fue menor. El club se quedó sin capacidad de maniobra o, al menos, para poder negociar con LaLiga un mínimo de margen en enero. Esa última semana dejó en el aire muchos aspectos, como el de la posibilidad de dar salida a alguna ficha nada pequeña en el plantel, la incorporación de un mediocentro defensivo puro, un lateral derecho o algún jugador de banda o de ataque. La tardanza en la negociación tiene muchas aristas y no se debe a un solo motivo, pero el equipo -o su mejora- se resintió.

De nuevo se trajeron algo más de media docena de incorporaciones con el correspondiente canon de la agencia del director general. Berges se quedó sin poder incorporar a Abdullah, Osede y a un par de jugadores más que estaban casi hechos porque LaLiga no permitía más. El director deportivo buscaba lo que no tenía: mayor compromiso, más implicación y mayor competitividad. Quizás, si en vez de cerrar la operación Guardiola antes de navidades y no a una semana del cierre del mercado las posibilidades hubieran sido mayores. Viendo el retraso en dicha operación, Berges se centró en la reducción de la masa salarial como medida para la llegada de nuevos jugadores. Y ahí el club apretó incluso con las cantidades que se debían a algunos futbolistas que pretendían salir. Mientras, alguien tendrá que explicar el motivo por el que habiendo dado el Getafe el visto bueno a la salida del jumillano a principios de diciembre, la operación de este y Aguado se fue hasta finales de enero. Tiempo habrá por delante, pero lo que es indudable es que en enero, el equipo se quedó a medio apuntalar, con problemas enquistados desde el verano y sin un claro liderazgo dentro del club. La tormenta perfecta, ya que el análisis de plantilla requiere un estudio al detalle. La falta de unidad dentro del mismo club, con mensajes diferentes llegados a la plantilla según quién les hablara tampoco ayudó. Pero tanto la falta de implicación de la plantilla como los debates internos en el club en una temporada nada fácil, serán parte del segundo capítulo. La ausencia de compromiso, la pésima comunicación y la división interna han llevado al Córdoba hacia el abismo.