Miguel Blesa llevaba «unos diez años» frecuentando las calles de Villanueva del Rey. Aprovechando sus visitas a la finca Puerto del Toro, le gustaba comer en el Café Español, justo enfrente del Ayuntamiento. Allí disfrutaba degustando «las setas» que le servía su propietario Ángel. «Era una excelente persona y un maravilloso cliente», afirmaba ayer aún con un nudo en la garganta y sin ánimo de atender a los medios de comunicación. «Nada más llegar me daba un abrazo y la noticia, como es lógico, no me ha sentado bien», confesaba.

Quizás con Ángel era de los pocos con los que Blesa se relacionaba en el pueblo. De hecho, él mismo afirmaba que su cliente «no tenía trato con la gente del pueblo». Al fin, «era una persona muy discreta, que pasaba desapercibida, aunque en Villanueva del Rey todos sabíamos quién era», recordaba el alcalde, Pedro Barba. «Su relación con el municipio era «la de venir a divertirse, a pasárselo bien, a descansar y a cazar, que era su afición», añadía. Aunque hacía tiempo, eso sí, que había dejado de colgarse el rifle al hombro, insistieron fuentes cercanas al banquero.

La finca Puerto del Toro, de unas 1.600 hectáreas, situada a unos siete kilómetros de la localidad, es «como Falcon Crest», contaban Lola y su marido Andrés, quien durante ocho años, hasta el 2011, trabajó en mantenimiento en la finca. «La casa grande tiene tres plantas, unas 14 habitaciones, cada una de ellas con chimenea individual; hay piscina, tienen caballos… El mejor vino, el mejor whisky… Cazaban cuando querían…».

En Villanueva del Rey, en la que viven unos 1.200 vecinos, ayer no se hablaba de otra cosa. La noticia había corrido rápido por sus calles. Y por si había aún algunos despistados, la numerosa presencia de cámaras y periodistas los situaban rápidamente. «Ha sido un show. Todo el mundo lo comenta. En un pueblo tan pequeño una cosa como esta te deja estupefacto», acertaba a decir Rafael.

No todo, eso sí, eran reacciones de pena o consternación. Concepción López no dudaba en calificarlo de «señor repugnante» por sus problemas con la justicia. «Veo mucho la televisión y me preocupo de enterarme de las cosas», explicaba. Tanto que al encontrárselo un día a las puertas de un bar espetó junto a él, con la intención de que se diera por aludido: «¡Que desinfecten este sitio, por favor!». Blesa «agachó la cabeza, no dijo nada y se marchó». Lo hizo con la discreción que le caracterizaba. Al menos, en Villanueva del Rey.