El debate electoral tiene la extraña virtud de ser una pesadilla por la que todos los candidatos quieren pasar. No es lo habitual para el partido en cabeza, que suele llegar a rastras en un riesgo que solo se justifica por la presión de una opinión pública que quiere ver a los gladiadores en la arena. En esta ocasión, los cinco principales aspirantes a la Moncloa tienen buenos motivos para desear someterse a esta tortura.

Pedro Sánchez sale a persuadir al progresismo abstencionista. Pablo Casado, a convencer a los indecisos de Cs y Vox. Albert Rivera, a intentar un milagro. Pablo Iglesias, a venderse como guardián de las esencias de la izquierda. Y Santiago Abascal, a reivindicarse como el único que no pactará con Sánchez.

«No cambiará el voto de los bloques, pero sí conseguirá movilizar», defiende la politóloga de la Universidad Carlos III de Madrid Sílvia Claveria. Los estudios dicen que los debates mueven entre el 1% y el 3% del voto, un cambio porcentual determinante en un sistema multipartito.

La llave es tener respuesta a la pregunta central y no cometer errores. «Va a ser un todos contra Sánchez, pero en realidad quien más se juega es Rivera», advierte el politólogo de la misma universidad Pablo Simón, que recuerda que con los indultos a los políticos presos ya fuera de la mesa, la cuestión medular serán Cataluña o el desbloqueo. «El debate movilizará. La enorme incógnita sigue siendo la participación, que parece subir en los últimos trackings», opina el catedrático en Ciencias Políticas Ismael Crespo.

De forma telegráfica, este diario esboza por qué cada cabeza de lista del 10-N necesita, según los expertos, el debate que se emite esta noche a las diez.

PEDRO SÁNCHEZ

Saldrá a asegurar. Se ha preparado para un todos contra uno. No puede permitirse ni un error. Corre el riesgo de bajar de los 123 escaños de abril. Su misión es persuadir a los electores del PSOE que miran de reojo la abstención. Su segundo objetivo es apelar a aquellos con tentaciones de fugarse a Podemos o Más País. Ese nicho es algo menor. En total, calcula, tiene dos millones de votos en el aire. Intenta activarlos con pragmatismo y un discurso presidencialista: España necesita tener ya un Gobierno fuerte y la única alternativa son los socialistas.

PABLO CASADO

Saldrá sin histrionismos, en tono moderado. Busca acabar de llevarse a un nicho de indecisos que el 28 de abril eligieron a Ciudadanos y a Vox. Si los amarra, puede soñar con superar la barrera de los 100 diputados y ser el aliento en la nuca del PSOE. Sabe que no sale a ganar las elecciones, pero necesita a un Partido Popular lo más fuerte posible para atenazar a Sánchez. Señalará al socialista como un dirigente débil, incapaz de gobernar, y le exigirá respuestas a la crisis catalana.

ALBERT RIVERA

Llega al debate a la desesperada. Es el que más se juega. Le toca arriesgarse, llamar la atención. Eso convierte al líder de Ciudadanos en el candidato más impredecible. A su favor tiene su buena oratoria y su capacidad de reinventarse. En su contra, sus bandazos estratégicos y la sobreactuación. Puede ser el ganador o el gran perdedor.

PABLO IGLESIAS

El líder de Unidas Podemos ganó dos puntos en abril por su intervención en los debates, en un papel de árbitro. Ahora será más duro. Tratará de mostrar que Sánchez quiere amasar todo el poder y se reivindicará como el único que puede anclarlo a la verdadera izquierda del tablero.

SANTIAGO ABASCAL

Llega a su primer debate en tercera posición de las encuestas. El líder de Vox no es un gran orador. Aspira a afianzar a los que han desertado del PP y Cs, con lo que le ha disparado en los sondeos: la violencia del independentismo radical.