El ciclo vital de una persona es curioso. Cuanto más se acerca al final, las necesidades se parecen más a las de un niño, sobre todo en lo que a cariño y cuidados se refiere. Las residencias de mayores son una necesidad de la sociedad actual, donde viven una gran mayoría de grandes dependientes, enfermos con graves demencias cuyos días transcurren entre llantos, gritos y ausencias. Junto a estos mayores, necesitados de cuidados especializados que sus familias no les pueden procurar, conviven otros, los menos, de mirada despierta y sonrisa en la boca que se entretienen haciendo manualidades, gimnasia o charlando con quienes les rodean. A unos y a otros se les ilumina la cara cuando reciben una visita. «Yo tengo suerte porque tengo tres hijos y vienen mucho a verme, algunas me dicen que ojalá a ellas les pasara igual, es una pena ver que a alguien no vienen a visitarlo nunca», explica Teresa, una residente de 86 años que perdió a su marido hace unos meses y acaba de mudarse a la residencia San Rafael Vitalia desde la de Espiel. «Cuando mi marido y yo vimos que necesitábamos ayuda y mi nuera empezó a trabajar y no podía, decidimos irnos a una residencia, en Espiel estuvimos muy bien, nos querían mucho, pero cuando él murió yo me vi sola, no dejaba de llorar, así que vine aquí, estoy a gusto». La conversación tiene lugar mientras Teresa y sus compañeras confeccionan pulseras, colorean y recortan flores de papel.

Según la psicopedagoga del centro, Lucía, es fundamental que tengan la mente ocupada. «En la residencia hay 130 personas y aunque todos tienen actividades, solo unos 30 están bien como para hacer manualidades», explica. La adaptación a una residencia es un proceso personal que cada uno vive a su manera. «Algunos llegan desde el primer día contentos, se integran muy bien, participan, y otros se pasan días llorando porque les cuesta más», explica Mónica, directora de la residencia, «aquí también tenemos muchas personas grandes dependientes, con problemas de movilidad, demencia, alzhéimer y no hay dos que reaccionen igual».

Carmen Crespo tiene a su madre en la residencia. «Estuvo en Espiel cuatro años hasta que nos asignaron plaza aquí», explica, «antes vivía sola y es muy independiente, pero para mí es mejor poder venir a verla cada día», comenta. Cecilia, su madre, pese a desplazarse en silla de ruedas, derrocha sentido del humor. «Yo voy a las actividades, pero me gusta estar sola, yo no me aburro y aunque siempre se echan cosas de menos de tu casa, estoy muy bien aquí», confiesa. Tenerla cerca da tranquilidad a su hija, madre de tres hijos y abuela de varios nietos. «Llegó un momento en que yo no podía asistirla en condiciones, así que decidimos que estuviera en una residencia donde está bien atendida».