Sorprende que Miguel Blesa haya escogido para suicidarse precisamente una finca donde se le ha dado la mayor gloria en el mundo de la cacería, donde ha tenido un trato de príncipe porque Pepe Romero lo tenía en un lugar preferente e incluso contaba con una habitación para él y se le avisaba para que acudiera a cazar los mejores trofeos», dicen quienes lo conocieron.

La incredulidad fue la primera reacción de los habituales de la finca Puerto del Toro, sorprendidos porque el expresidente de Caja Madrid actuara de esta forma tras el trato preferencial recibido durante años. La reacción de los cazadores se producía cuando el relato aún estaba incompleto y la hipótesis del suicidio era la más repetida aunque la escasez de detalles permitiera imaginar otras opciones. «Cuesta pensar que se disparara en el tórax con un rifle, por sus dimensiones, y porque en ese caso se corre el riesgo de no acertar y que el resultado sea peor», señalaba un cazador que frecuenta la finca tras conocerse que Blesa se habría disparado con su propio rifle. Los allegados mostraban así sus dudas y se planteaban que quizás su muerte fuera accidental, que el disparo se hubiera producido limpiando o manipulando el arma. No sabían que Blesa hubiera portado su propia arma hasta Córdoba, pese a que habitualmente usaba las de la finca, ni las dudas que mostró durante días sobre si venir o no a Córdoba, y desconocían aún la frase pronunciada al administrador de Puerto del Toro antes de morir: «¿Tienes el teléfono de mi mujer?», le preguntó, para indicarle a renglón seguido: «Apúntatelo por si algún día pasa algo». Blesa se refería a su ahora joven viuda, Gema Gámez, 26 años menor que él, con quien contrajo matrimonio en el año 2013 en una boda con 400 invitados entre los que figuró más de un cordobés. Quienes conocieron al banquero, amigo de José María Aznar y condenado a seis años de prisión por el caso de las tarjetas black, entre otras causas pendientes, lo describen como un hombre «normal, amable, cercano» aunque también «un poco prepotente».

Los que alguna vez coincidieron con él en la finca Puerto del Toro y que ayer se echaban las manos a la cabeza al conocerse su muerte, recuerdan que Blesa «practicaba la cacería de rececho, no en montería». Para quienes no saben de caza, la modalidad de rececho es una fórmula «muy selectiva y exclusiva» que consiste en acoplarse en un lugar designado y esperar a que la presa entre para comer y luego dispararle. «Los propietarios de la finca reservan este tipo de caza a personas muy influyentes como Miguel Blesa», que durante años acudió a Villanueva del Rey en esta época del año con este objetivo, si bien, según el administrador, llevaba ya dos años sin vivir la experiencia. «Para los amantes de la caza, lo que se siente en ese momento es único, fascinante por la tensión que genera», señala un cazador para quien la fascinación es aún mayor en cacerías como las del banquero «a quien llamaban cuando había un muflón o un venado extraordinario».

Esta vez, el objetivo de Blesa no era precisamente un muflón. De confirmarse la hipótesis del sucidio, decidió ser la última víctima de su propia arma. Quizás la indecisión le llevó a viajar tan tarde y le hizo llegar a la finca en plena noche aunque su determinación le llevara finalmente a levantarse muy temprano. No apuró la hora del desayuno y una vez se aseguró de que el administrador tenía el teléfono de su mujer, salió al exterior y, sin más, se mató. «Quizás eligió esta finca para morir precisamente porque en Puerto del Toro disfrutó y sabía que iba a ser bien recibido», señala dando la vuelta al argumento otro cazador, «quién sabe». En cualquier caso, no eligió un lugar cualquiera. Puerto del Toro es una finca «espectacular, con dos zonas, una de ellas con habitaciones que incluyen chimenea y baño privado». El enclave está considerado uno de los mejores de España para practicar la caza mayor, según dijo el propio gestor de la finca, Fermín Gallardo, en una entrevista a Diario CÓRDOBA en la que definió el perfil de sus usuarios como «empresarios de un amplio campo profesional, desde banqueros a constructores o industriales que se pueden permitir venir una o dos veces al año y gastarse ese dinero (de 1.000 a 6.000 euros)».